En los tiempos apoteósicos del M-19, cañar fue un astuto recurso de sus líderes. Jaime Bateman, desde las recónditas selvas del Caquetá, fue capaz de captar la atención del país retando al Ejército con una precaria tropilla de guerrilleros militarmente inexpertos como si se tratara de un imbatible ejército rebelde. Era un genio de la simulación.

Gustavo Petro no me parece comparable a Bateman, pero sabe cañar. Ahora, por ejemplo, se ha montado en el patín de que le robaron las elecciones. Para él hubo fraude en la segunda vuelta y por eso perdió. El combustible que ha alimentado esa falacia es la ‘Ñeñepolítica’, que, desde luego, es un suceso no solo repugnante sino merecedor de la más resuelta y masiva condena ciudadana y de las más drásticas sanciones. Pero, tampoco se pueden sobredimensionar las cosas, llevándolas a las fronteras del delirio.

Petro equipara lo de la ‘Ñeñepolítica’ con el fraude del 19 de abril de 1970 que le quitó el triunfo al general Gustavo Rojas Pinilla, y eso es sencillamente una ingeniosa exageración. Con razón, un hombre tan racional y tan cerebralmente ponderado como el exministro Alejandro Gaviria, hoy rector de la Universidad de los Andes, dice en la revista Semana, en una entrevista, que Álvaro Uribe y Petro, por ser populistas, tienen en común que “sobresimplifican la realidad”, es decir, en aras del efectismo fraseológico y político evaden “la complejidad”, y eso emociona, seduce, inflama a sus viscerales seguidores.

Es evidente que en la campaña de Iván Duque hubo truculencias que ameritan una contundente investigación con consecuencias jurídicas y políticas ejemplares, pero Petro perdió porque no era el candidato más viable para doblegar al uribismo y porque pesaron más los temores castro-chavistas sembrados en torno a su imagen. Por supuesto, no hay en la anatomía del discurso del excandidato presidencial rastros visibles que lo delaten como un epígono de Fidel Castro y Hugo Chávez. Por el contrario, parte de su prédica en las tarimas estuvo fundada en el pensamiento liberal y en piezas de la doctrina conservadora, pero sus detractores prefirieron relievar su pasado amistoso con Chávez, sus galanteos iniciales al Socialismo Bolivariano, e incidieron, asimismo, los rechazos que provoca su hermética, ególatra y caudillista personalidad y los cuestionamientos a sus deficiencias como gerente público en la alcaldía de Bogotá.

A Petro solo le ha faltado convocar a la fundación de un nuevo M-19 para enfrentar el imaginario fraude. Naturalmente, ahora soy yo quien está exagerando, pues él sabe muy bien que la rebelión armada es un arcaísmo en extinción que no sirvió, ni sirve, ni servirá para dotar a Colombia de una mejor democracia. Además: Petro ya está muy viejo para los trotes insurreccionales. Pero, no hay duda: a su multitudinaria manada le fascinan sus fieros ladridos por Twitter.

@HoracioBrieva