En un texto de quince páginas que elaboré en julio de 2018, titulado ‘Retos de Barranquilla a 30 años de la elección popular de alcaldes’, y que he circulado entre algunos amigos, escribí: “La Barranquilla de principios de los años 90 era una ciudad tugurizada, ruralizada, de precarias coberturas de acueducto y alcantarillado, atrasada en telecomunicaciones, y con altos niveles de pobreza, marginalidad e informalidad”. Y esto otro: “Los planes de desarrollo distrital, desde el primer gobierno de Bernardo Hoyos Montoya hasta el segundo de Alejandro Char Chaljub, han tenido un eje estratégico común: cerrar las brechas sociales, que siguen siendo profundas”.

Hemos disminuido la pobreza desde 1992 hasta hoy. Pero sigue siendo superior respecto a la de, por ejemplo, Manizales, Bogotá, Medellín, Bucaramanga, Pereira y Cali. Tenemos una arraigada informalidad laboral que se sitúa en el 53%. Y padecemos una inseguridad –elevada en percepción– que se corresponde con los números duros.

Barranquilla tiene el desafío de continuar reduciendo la pobreza aunque en el próximo cuatrienio distrital no se avizoran las mismas posibilidades de inversión de los últimos años, habida cuenta el nivel de endeudamiento que se ubica en 1,3 billones de pesos, por la canalización de los arroyos, los arreglos de parques y otras obras. Pero, repito, la lucha antipobreza debe proseguir y habrá que ser muy creativos, pues se trata del primero de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que la comunidad internacional ha adoptado hasta 2030. Cuando lleguemos a ese año la ciudad debe tener un nivel mínimo de pobreza.

Nuestros problemas sociales se han agravado por el coletazo de la migración venezolana que, de contera, ha generado cierta xenofobia. Los hermanos venezolanos viven, la mayoría, en condiciones deplorables. Hombres y mujeres se rebuscan vendiendo cosas en los semáforos o limpiando vidrios de carros. Algunos hombres trabajan en albañilería. Unas mujeres laboran en peluquerías o se han prostituido. Estos migrantes reparten sus irrisorios ingresos entre la alimentación, el arriendo y las transferencias que envían a sus familiares.

En la ciudad una manifestación de la pobreza es la existencia de sectores donde comen en ollas comunitarias. La estadística de la alcaldía distrital nos dice que no tenemos problemas de malnutrición y lucen magníficas las cifras en alimentación a la primera infancia y a los adultos mayores. Pero la cruda realidad nos está gritando que también tenemos gente que come muy mal. Para no hablar de los que deambulan por las calles suplicando alimentos. O una moneda para calmar el hambre.

La filosofía de la lucha antipobreza es: “Que nadie se quede atrás”. Productividad, empleo, educación, salud,buenos servicios públicos, son la clave de la solución estructural, sin abandonar los programas de asistencia social.

@HoracioBrieva