Hace unos días compartí en Facebook una foto con los delegados de la Misión de Observación Electoral de la Unión Europea, el alemán Jan Kretzschmar y la belga Dóra Mecseky. Vinieron a Barranquilla a una reunión con Jorge Hernández Hayek, el nuevo coordinador de la MOE Atlántico, a la que asistimos Dany Oviedo Marino por Corcaribe y yo por Protransparencia. Uno de mis habituales contertulios en esa red social me dijo: “Yo no le veo efectividad a la MOE. Investigan, denuncian, pero no veo resultados”.

Yo le respondí así: “La MOE, como lo indica su sigla, hace solo observación a los procesos electorales. Sus estudios sobre las irregularidades en el sistema electoral son un insumo para que las autoridades actúen y los medios de comunicación denuncien. La MOE no puede hacer más allá de lo que su misión le permite. Por ejemplo, la MOE no puede judicializar y dictar detenciones contra los compradores de votos”.

En efecto, desde hace 15 años la MOE fabrica unos mapas de riesgo electoral de los municipios del país donde se detectan posibilidades de fraude. Pero enfrentar y derrotar ese engendro no es solo responsabilidad de la MOE. Ni siquiera es algo que dependa exclusivamente de las autoridades. También los ciudadanos están llamados a jugar un papel decisivo en el apabullamiento de los flagelos que desfiguran la democracia, votando de manera libre y acertada por las mejores opciones. También los partidos políticos, que son en una democracia la correa de transmisión con el electorado, son esenciales a la hora de asegurar unos comicios transparentes. Es capital, asimismo, el rol de la organización electoral empezando por la Registraduría, sobre cuya actuación siempre ha habido insuperadas sospechas de complicidad en los fraudes.

De modo que la MOE con sus mapas y sus miles de observadores contribuye - desde la sociedad civil - a promover una democracia limpia. Pero se requiere que las instituciones funcionen bien y eso no ocurre desgraciadamente en Colombia.

En las elites hay quienes se jactan cómicamente de que somos la democracia más antigua de América Latina, pero las entidades que monitorean el funcionamiento de la democracia global, como la revista británica The Economist, dicen que Colombia es una democracia imperfecta. O sea, defectuosa. O achacosa si quieren.

Y eso explica las aidas merlanos, los gatos voladores y los miles de millones de pesos de los clanes político-familiares que rompen los topes electorales. Explica la alcantarilla que son, en parte, las elecciones en este país. Aunque, no podemos negarlo, también hay una ciudadanía autónoma que no se deja manosear ni conducir a las urnas como ganado manso.

Estamos a años luz de Noruega, la mejor democracia del planeta. ¿Cómo lograron eso estos vikingos? Con un Estado sólido, elevada confianza y baja desigualdad. ¿Quién de los aspirantes presidenciales podría, en cuatro años, aproximarnos un poco a ese tipo de democracia?

@HoracioBrieva