Hace casi un mes, EL HERALDO publicó una noticia basada en un estudio del Monitor Ciudadano de Transparencia por Colombia, según la cual la Costa Caribe produjo los mayores hechos de corrupción entre enero de 2016 y julio de 2018. En ese lapso, 46 medios periodísticos reportaron 327 casos de corrupción a nivel nacional, y el 34% sucedieron en nuestra región. En el país, el 73% de los casos fueron por corrupción en alcaldías y gobernaciones, el 9% por corrupción privada y el 7% por corrupción judicial.
Aterrador que el Caribe colombiano ostente este penoso liderazgo. Y llama la atención que Atlántico y Bolívar punteen dentro de la Costa. Por su cardinal importancia, el tema debería ya estar en el centro de la deliberación pública regional de cara a los comicios de octubre. Este debate electoral debería colocar la ética pública en primerísimo lugar.
Pues es evidente, como habría dicho Adela Cortina, que la Costa “no anda muy sobrada de moral”. Una de las cosas más difíciles de derrotar es la arraigada creencia de que los cargos públicos son para usarlos en beneficio privado. Es imperativo que los candidatos a cargos uninominales y corporaciones públicas tomen atenta nota de esta realidad maloliente, que muestra que el nido de la corrupción está en la contratación pública.
El problema, para mí, hunde sus raíces en la mala calidad de la política y de los políticos, que es una vieja enfermedad de la democracia universal, pero que en nuestro entorno parece un padecimiento predestinado a la eternidad. Yo decía en otra columna que en ninguna parte del mundo se espera ingenuamente que los políticos actúen guiados por los evangelios, pero las instituciones públicas pueden funcionar mejor si los escándalos frecuentes ceden su lugar a la honradez y la transparencia en la administración de los dineros de los contribuyentes. Que es lo que no se cumple al pie de la letra en la Costa.
“La ética es en la vida pública un producto de primera necesidad…, porque sin ella no funcionan…las instituciones”, dice Cortina en uno de sus libros. La crisis de confianza en las instituciones y las altas abstenciones electorales en la Costa, tienen su origen en este descrédito de la política y los políticos.
Estoy convencido de que este repugnante paisaje solo empezará a cambiar cuando la ciudadanía costeña se plantee una reflexión ética que tenga la potencia huracanada de modificar el escenario democrático y el tablero del poder en la región. Porque son los ciudadanos los protagonistas de la moral pública, como dice Cortina. Serán ellos los que podrán convertir la política, limpiándola con su voto, en una “política moral”, al decir de José Luis Aranguren, y legitimar gobiernos transparentes y respetuosos de los impuestos. Mientras la ciudadanía caribe no destierre a los malos políticos, la región seguramente seguirá siendo líder en hechos de corrupción.
@HoracioBrieva