De todos los llameantes alegatos que esgrimió ‘Iván Márquez’ para explicar por qué su disidencia volvió a las armas, me llamó la atención la referencia a Francisco de Paula Santander como el inspirador histórico de todas las traiciones que se han urdido en Colombia contra los procesos de paz. Hay que reconocer que la de ‘Márquez’ fue una astuta alocución, pero nada de lo que dijo puede admitirse por la inmensa mayoría del país como argumento válido para retomar la actividad guerrillera.
Destacados historiadores y El general en su laberinto, la novela histórica de Gabriel García Márquez, lo dicen y es cierto. Santander es el símbolo de la marrulla, la trampa, el leguleyismo y la conspiración septembrina. Bolívar, su antípoda, es el paradigma de la grandeza, la honestidad y la palabra empeñada. Igualmente es cierto que a lo largo de la historia nacional ha habido una sarta de irrespetos a los acuerdos de paz que se expresan en los asesinatos de Guadalupe Salcedo, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro Leóngomez y de miles de militantes de la Unión Patriótica.
Sin embargo, nada de eso puede servir de pretexto para proseguir el derramamiento de sangre. Que en las películas de Tarantino puede ser morbosamente divertido, pero en la realidad jamás.
La intencionalidad profunda de cualquier proceso de paz en el mundo es sacar las armas de la política. “Si quieres hacer las paces con tu enemigo, tienes que trabajar con tu enemigo”. Esta frase se atribuye a Nelson Mandela.
Los problemas de la Colombia del siglo XXI no se van a resolver vilipendiando a un emblemático personaje nacional del siglo XIX. Como dirían las abuelas: dejen descansar el alma de Santander. Este prócer, con todos los defectos que identificaron su personalidad, es y seguirá siendo un prominente líder de la independencia. Él aportó una noción de la legalidad que hace parte de nuestra idiosincrasia. Y esa cuestionada impronta sigue intacta en nuestra cultura jurídica y política.
El santanderismo ciertamente produce animadversión en muchos colombianos, pero tolerancia es aceptar lo que somos. ¿Acaso Bolívar no le perdonó la vida a Santander y prefirió enviarlo al exilio por su participación en la conspiración septembrina?
‘Timochenko’ y los demás líderes farianos que se han mantenido firmes en la paz también lo saben: tienen perfectamente claro que este es un país santanderista, es decir, torrencial a la hora de fabricar normas e inconsecuente cuando se trata de cumplirlas. No hay remedio: es el país donde nacimos, el que heredamos de los fundadores de la República y lo único que podemos intentar hacer es mejorarlo, y eso no implica erradicar a Santander de la tradición colombiana. Tampoco es presentable parapetarse detrás de la efigie de Bolívar para justificar el terror y el narcotráfico. No usen a El Libertador para esos despropósitos.
@HoracioBrieva