Hace poco, un personaje de la ciudad que admiro y respeto muchísimo, cuyo nombre prefiero mantener en reserva, decía que a Barranquilla hay que llenarla de ‘peros’. Y eso explica columnas como la de hoy.
Estamos construyendo una obra costosísima que nos ha vuelto a conectar con el Río Magdalena, y que pretende acercarnos al estatus de las ciudades que han convertido sus ríos en un encantador espectáculo turístico. Mis referentes más altos y exigentes son los paseos en barco en los ríos de Shanghái y Guangzhou, y las caminatas por Puerto Madero, en Buenos Aires. Barranquilla está muy lejos de estas metrópolis, sobre todo de las chinas. Pero tenemos un gigantesco potencial en el río y la dinámica que traemos no puede frenarse.
He ido dos o tres veces al malecón. Y aparte de la censurable escasez de vegetación, el otro desagrado que he experimentado ha sido el de las ráfagas de olores putrefactos del río. Grave, además, para alguien como yo que nunca lleva pañuelo.
En días pasados, unos ambientalistas hablaron de los motivos de esa fetidez insoportable. Afirmaron que el río recibe más de 2 metros cúbicos de aguas residuales por segundo a la altura de la calle 79 con Vía 40, y que esas aguas podrían poner en riesgo la estabilidad de las estructuras del ‘Gran Malecón del Río’, al que acuden miles de personas, especialmente cuando se realizan eventos como el bello homenaje brindado al Joe Arroyo.
Lo que está ocurriendo, dicen los ambientalistas, es que desde el nororiente de la ciudad están haciendo descargas de aguas con altas concentraciones de materia orgánica.
En Barranquilla, no es la primera vez que se hacen las cosas sin seguir una ruta lógica. Hace años, cuando ya se sabía que el Transmetro iría por la Murillo, pavimentamos la vía sin las especificaciones técnicas que luego exigiría el transporte masivo. Después tuvimos que reventarla y hacerla de nuevo. Perdió la ciudad; ganaron los contratistas. En el caso del malecón, “se debió primero intervenir el sistema sanitario”, sostiene Víctor Téllez, un experimentado ingeniero civil especialista en hidrología.
Hay que ser más apegados a la planeación. Si el crecimiento de la ciudad ha generado más casas, más edificios (y más inodoros como decía un día graciosamente el magistrado Luis Felipe Colmenares), era claro que la prelación debía corresponder, como dice el doctor Téllez, al sistema sanitario. Y ello implicaba la priorización política de una agenda ambiental. En su lugar, ha dominado la ‘dialéctica del cemento’. Como dice el profesor Jairo Parada.
Tenemos un bonito tramo del malecón que ha significado una magnífica alternativa turística, pero cada vez que vamos allá sufren nuestras neuronas sensoriales olfativas. Bacano sacar pecho por esa obra, pero barro tener que taparnos las fosas nasales. A la ciudad hay que llenarla de ‘peros’. Definitivamente.
@HoracioBrieva
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