En estos tiempos de pandemia se han impuesto el aislamiento y el llamado teletrabajo, pero el primero solo es una solución transitoria porque la inmunidad solo la garantizará una vacuna confiable, y al segundo no puede dedicarse mucha gente en este país.
Cuando la sífilis apareció entre los siglos XVI y XIX, se creyó que fortaleciendo la fidelidad conyugal y reprimiendo la prostitución se alejaba el riesgo. La inmunidad solo estuvo asegurada cuando Alexander Fleming descubrió la penicilina en 1928. Amainó la persecución a las trabajadoras sexuales y los burdeles se atiborraron de nuevo de clientes.
En el siglo XX, en el momento en que la psiquiatría sacaba la homosexualidad de la categoría de enfermedad, el sida acrecentó la aversión homofóbica, pero después esta cedió porque no es un síndrome exclusivo de la comunidad LGBTI.
El teletrabajo, facilitado por la tecnología, se ha convertido en una directriz de gobiernos y empresas en varios países, incluido el nuestro.
En el mundo, el precursor exitoso de esta modalidad laboral es quizás Hugh Hefner, el poderoso magnate dueño de la popular revista Playboy, quien pasó confinado unos 40 años en su deslumbrante mansión. Desde su cama multiuso, Hefner llegó a ser un personaje mediáticamente mundial. “Su cama giratoria era al mismo tiempo su mesa de trabajo, una oficina de dirección, un escenario fotográfico y un lugar de cita sexual, además de un plató de televisión desde donde se rodaba el famoso programa Playboy after dark”, dice el escritor Paul Preciado en El País de España en un muy leído ensayo titulado ‘Aprendiendo del virus’.
En Colombia, hay una amplia franja que puede acceder al encierro y al teletrabajo, pero hay otra, dramáticamente gigantesca, a la que le resulta imposible porque vive en la informalidad. Por mi manzana, por ejemplo, no ha dejado de pasar, en los días que van de la cuarentena, el señor que vende los aguacates y los va promocionando en medio del silencio del sector en su bullicioso galillo.
Vivir en la informalidad es vivir casi en el desamparo. Y en esa condición está un poco menos del 60% de la población económicamente activa de Barranquilla. Para este segmento vulnerable la palabra teletrabajo es una vaina exótica. A esta gente se le podrá ayudar con víveres y generosas colectas de dinero, pero es muy complicado imponerle un aislamiento prolongado. El teletrabajo funcionará a gran escala en la megamoderna Wuhan y en Estados Unidos, Italia, España, Francia, Alemania, Japón y Corea del Sur, pero Colombia es otra realidad.
El reto obligatorio venidero es cambiar las políticas públicas en favor de la gente común. Dos cosas son claves: un Estado eficaz y detener la robadera. La ética debe ser nuestro emblema sanitario de aquí en adelante. Si no, seguiremos siendo una sociedad infecciosa y letal. Peor que el coronavirus. Aunque nos lavemos las manos.
@Horacio Brieva