Daneidy Barrera Rojas, la famosa ‘Epa Colombia’, atacó a martillazos una estación de Transmilenio en Bogotá porque cree (o creía) que de esa manera se lucha contra la corrupción. Daneidy es una muchacha muy audaz, pero conceptualmente bastante confundida.

En el video de 2019 la justificación que ella esgrime en su perorata es que si el Estado roba los dineros públicos debe reparar los daños que ocasionen los ciudadanos indignados por este motivo. Es el raciocinio de alguien sin educación política. Evidentemente, ‘Epa Colombia’ no comprende cómo se puede enfrentar y derrotar la corrupción. Ella sabe principalmente de frivolidades digitales en su rol de influenciadora.

Sin embargo, hay una certeza en la percepción de esta impetuosa señorita que también habita en la cabeza de millones de colombianos: que desde el interior de las instituciones públicas se irrespeta a la ciudadanía y se erosiona el Estado de Derecho cuando con los dineros públicos se hacen festivales del latrocinio. Y para saber eso ni ella ni ningún colombiano necesita leer a Norberto Bobbio, Maurice Duverger, Hannah Arendt, Carl Schmitt u otro gran teórico de la ciencia política. Los escándalos de corrupción hablan por sí solos.

En Colombia hay una percepción alta de corrupción y casos como el de los 70 mil millones de pesos embolatados la incrementan. Y tal es la indignación que me atrevería a afirmar esto: si mañana se realizara un referendo en el que se les preguntase a los ciudadanos si están de acuerdo con la pena de muerte contra los corruptos, estoy casi seguro de que la mayoría se inclinaría por una medida como esta.

Por supuesto, por ahí no es la cosa. La vacuna no es ni la silla eléctrica. Ni la cámara de gas. Lo que tenemos es que avanzar a elevados estándares éticos que solo son posibles si los imponen los ciudadanos.

De hecho, las redes sociales les han permitido a “las personas normales y corrientes” - la expresión es de Adela Cortina - convertirse en protagonistas de la censura social a la corrupción a través de contundentes mensajes.

Karen Abudinen, por ejemplo, había dicho en televisión que si no salía bien lo de la conectividad de las escuelas rurales iría al cementerio. “Karen, el Calancala te está esperando”, le dijo, con risueño humor, Dianis Geraldino Pérez, una barranquillera muy activa en Facebook. La tecnología ha facilitado estos rápidos y relampagueantes memes.

La censura social, desde luego, no es suficiente. Tampoco la Justicia Penal. El protagonismo de los ciudadanos en la moralización de la sociedad tiene en las urnas un escenario central. Allí los electores pueden derrotar a quienes desde las corporaciones públicas y los cargos ejecutivos no sean garantía de transparencia.

Así es que se derrota la corrupción. No destruyendo a martillazos los bienes públicos. Contra la corrupción el mejor martillo es el voto libre y democrático.

@HoracioBrieva