Germán Vargas Lleras el domingo en su columna de El Tiempo pidió el Estado de Conmoción Interior, que fue la figura constitucional que reemplazó al Estado de Sitio y que algunos intelectuales y grupos marxistas de la época veían como símbolo de una ‘dictadura civil’. El presidente Iván Duque ha dicho que no descarta hacer uso de esa herramienta.

También se ha hablado de golpe de Estado. En Colombia, el último sucedió el sábado 13 de junio de 1953 cuando Gustavo Rojas Pinilla tumbó el gobierno de Laureano Gómez y Roberto Urdaneta Arbeláez. Un golpe hoy me parece improbable.

Y descarto totalmente, como dije en mi columna anterior, que en Colombia pueda haber una revolución armada. Pero sí puede aumentar la violencia innecesaria. El odio. La rabia. La sangre. Y la muerte. Y esto hay que evitarlo.

La crisis del país, que detonó en noviembre de 2019 (apaciguándose solo con las cuarentenas), necesita una salida que interprete la naturaleza política de la explosiva contradicción expresada en las calles. De hecho, el paro nacional, desde el 2019, es político y no economicista como definía Lenin las huelgas obreras cuando solo las motivaba lo salarial.

Hay sectores que creen que nuestra crisis debería tener una solución a la chilena, esto es, derivar en un pacto para convocar una Asamblea Constituyente. Otros consideran que no se requiere porque, a diferencia de Chile que intenta sustituir la Constitución pinochetista por una democrática, nosotros tenemos una Carta Política que proclama el Estado Social de Derecho y la Democracia Participativa.

Es verdad. Pero la Constituyente de 1991 dejó intacto el presidencialismo, su poder avasallante; no tocó la bicameralidad del Congreso, sus privilegios y corruptelas; no proveyó un sistema electoral que garantizara una verdadera representatividad, ni tomó decisiones en dirección a la autonomía regional o el federalismo. Nada más por estas razones se justifica una Constituyente que realice las tareas democráticas que los delegatarios del 91 nos quedaron debiendo.

Surge la pregunta. ¿Quién la convocaría? Duque ya no dispone del tiempo ni de la capacidad de maniobra que tuvo el presidente Sebastián Piñera tras los disturbios de 2019. Ni la astrología, que es tan popular por su audacia para predecir, como decía Stephen Hawking, puede saber si una Constituyente tiene posibilidades de acordarse políticamente en Colombia. Pero se necesita.

Porque, repito, la revolución no se hará por las armas. En cambio sí se puede hacer por los caminos pacíficos de la legalidad. Durante años creí que “el poder nace del fusil”, como decía Mao, y que el triunfo revolucionario se lograría “con el pueblo, con las armas, al poder” del M-19. En este trecho del siglo XXI, estoy convencido de que si reordenamos acertadamente las instituciones, a través de una Constituyente, podremos consolidar la paz y la democracia. ¡Palabra que sí!

@HoracioBrieva