Como polisemia se define en lingüística el hecho de que una palabra tenga varias acepciones. La palabra vector ejemplariza perfectamente el fenómeno antes anotado, pues en algunos momentos de nuestras vidas la usamos para describir un elemento en física o matemáticas y en otros para referirnos a un ser vivo que puede transmitir una enfermedad. Por cuestiones de oficio, y evitando meterme en terrenos que no son de mi dominio, durante este texto cuando me refiera a vector estaré usando el significado biológico de la palabra.

Insectos y enfermedades tienen una antigua relación. Bien descrita está en la historia de la humanidad la “peste negra”, enfermedad producida por una bacteria que se propaga por pulgas y que se calcula mató al 20% de la población mundial en el siglo XIV. Fue tan dramático su impacto en esa oportunidad que aún hoy en día se considera fue la provocación que necesitó la sociedad para evolucionar a una época de cambio.

A pesar de los grandes avances tecnológicos de nuestra era, las garrapatas, moscas, pulgas y una gran variedad de insectos continúan transmitiendo patologías que causan cada año, la no despreciable cifra, de 700.000 muertes en el planeta. Las más conocidas en nuestro medio por su frecuencia son el paludismo, el dengue y la enfermedad de Chagas, las dos primeras transmitidas por mosquitos y la última por un chinche. Son tan importantes ellas en términos de salud pública, que esta semana que termina, el Instituto Nacional de Salud, el Ministerio de Salud y la Secretaria de Salud Departamental organizaron en Barranquilla una reunión científica de tres días para dialogar académicamente de estas enfermedades transmitidas por vectores. La preocupación de los organismos gubernamentales gira, entre otros, alrededor de fenómenos ambientales como los determinados por el calentamiento global, donde las temperaturas más cálidas y las sequías en zonas húmedas, que ralentizan los cursos de agua, favorecen el desarrollo de criaderos de mosquitos en zonas donde históricamente no se daban. Lo anterior, unido a la irracional deforestación y a la transformación sin control de suelos en agrícolas, genera ecosistemas escasos en biodiversidad y limitados en depredadores naturales que favorecen la proliferación de estos insectos.

La nueva dinámica que se está generando entre enfermedades y vectores hace imperiosa la necesidad de estar vigilantes ante la aparición de casos de estas enfermedades transmitidas por vectores en zonas de muy baja o nula frecuencia históricas para las mismas. Los miembros que conforman los equipo de salud en cada unidad de atención en nuestro país tienen la obligación de consultar el Boletín Epidemiológico Semanal del Instituto Nacional de Salud, herramienta que construyen silenciosamente epidemiólogos de campo, salubristas y comunicadores entre otros, en la cual se reporta el comportamiento de las condiciones de salud con importancia epidemiológica para las regiones y para el país. La información contenida en el Boletín es una de las mejores armas que podemos usar para detectar de manera precoz comportamientos atípicos de condiciones de salud como las mencionadas en esta columna.

Hace unas semanas, en la sección “Sapiens” de este diario (edición virtual) se explicó de manera muy gráfica la forma en que el Instituto realiza su trabajo de vigilancia epidemiológica y la importancia que tiene el hecho que desde las regiones cumplamos con los compromisos adquiridos de realizar reportes oportunos y confiables. Recomiendo consultar este valioso material.

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