Muchas veces en la historia de la humanidad las emergencias sanitarias han sido aprovechadas con fines políticos. Un ejemplo bien documentado es la gripe de 1918, que muchos historiadores citan hoy como un detonante más, dentro del clima social y político “enrarecido” que existía en España para la época, y que en años posteriores condujo al país a la destrucción del parlamentarismo liberal y al empoderamiento del dictador Miguel Primo de Rivera.
En este nuevo siglo, la actual pandemia ha desnudado las reales capacidades de muchos gobernantes, en especial aquellas asociadas al abordaje de los desafíos y la forma de encontrar soluciones a los mismos. En las noticias mundiales hemos podido evidenciar las claras diferencias en resultados del modelo basado en la intuición del presidente brasileño, y del que se fundamenta en el conocimiento, de la canciller alemana. El populismo de Bolsonaro ha sumido a su país en una profunda crisis institucional, al extremo que ciencia, religión y política se unieran para condenar su gestión y ahora se proyecten prematuramente como una opción para superar el caos en que se encuentran inmersos como nación. Mientras tanto, Ángela Merkel se ha fortalecido como la líder que conducirá, desde la presidencia pro témpore del Consejo Europeo, la reactivación económica de la Unión Europea.
La situación no ha sido diferente en nuestro país. Los extremos se han movido entre las irracionales y descontextualizadas críticas, por supuestos intentos de eternizarse en el poder vía decretos temporales, y las polarizantes declaraciones por los supuestos intentos de adoctrinamiento, usando equipos de salud de fracasados regímenes dictatoriales caribeños.
Ese afán de fidelizar adeptos, y de capitalizar políticamente los hechos de la pandemia, ha sacrificado en algunos momentos la verdad, generando una gran confusión por la desinformación creada. Un hecho de esta semana me motivó, desde mi doble condición de profesional de la salud y educador, y despojado de cualquier interés político, a aclarar en estas líneas lo que significa Misión Médica, pues es increíble que en una nación que vivió más de 50 años un conflicto armado caracterizado por impunes violaciones al Derecho Internacional Humanitario (DIH), aún se confunda con contratación de talento humano foráneo.
El concepto de Misión Médica lo incorporó el DIH a partir de los Protocolos Adicionales de 1977 a los Convenios de Ginebra, sin definir el concepto. Cuando la menciona se refiere a la actividad médica, es decir, a las tareas que el personal asistencial cumple de conformidad con sus obligaciones profesionales. En Colombia, el Ministerio de la Protección Social en la Resolución No. 1020 de 2002 la definió como: “el conjunto conformado por el personal sanitario, bienes, instalaciones, instituciones, vehículos, equipos, materiales necesarios, personas participantes y acciones propias de la prestación de servicios de salud en situaciones o zonas de conflictos armados, desastres naturales y otras calamidades”.
Puedo entender que suene elegante usar el término, también que la COVID-19 sea considerada una calamidad, pero en medio de tanta confusión creo que ser precisos en el lenguaje nos ayudará a superar con menos cicatrices la pandemia.
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