Escribo esta columna con la esperanza, ya bastante debilitada, de que en Colombia no se presenten casos del actual brote de enfermedad por coronavirus (COVID-19).
Lo que inició hace ya algunas semanas como una “gripa” que afectaba a los chinos, en provincias y regiones de las que no muchos en este planeta sabían que existían, se ha extendido ahora a más de 45 países y ha roto, casi de manera definitiva, las medidas de contención que se alcanzaron a implementar para los primeros casos.
A la fecha, 27 de febrero de 2020, no se han confirmado infectados en el país. El Ministerio de Salud, el Instituto Nacional de Salud y las secretarías de salud locales y regionales están vigilantes ante la aparición de casos sospechosos para intentar hacer un diagnóstico temprano y así poder implementar las medidas que limitan la propagación de la enfermedad. De manera simultánea, estos organismos están definiendo rutas y centros de atención, pues se supone que, por la gran facilidad con que se trasmite el virus, se tengan muchas personas sintomáticas en cortos períodos de tiempo al igual que ha sucedido en otros países.
Esta emergente situación de salud pública ha generado un flujo sin precedentes de información falsa que se propaga con mucha rapidez entre las personas y los medios: infodemia (epidemia informativa colectiva) es el nombre con que se ha llamado a este fenómeno que ejemplarizo a continuación. Al igual que seguramente muchos de ustedes, por razones familiares, sociales, laborales o de ocio “pertenezco” a varios grupos de Whatsapp, en los cuales durante los últimos días he recibido mensajes que narran, desde las pruebas irrefutables de la conspiración que creó el virus, hasta el supuesto tratamiento alcalinizante que previene la infección, pasando por la alerta de contagio si se reciben paquetes de mensajería con productos vendidos desde China. Amigos, familiares y colegas sin someter al juicio de la razón la supuesta información confiable, la amplifican con la clara buena intención de ayudar, pero con el efecto no deseado de generar pánico en muchos de los receptores de los mencionados mensajes.
Los organismos mundiales multilaterales y los equipos tomadores de decisiones locales deben ahora sumar a su lucha contra la nueva enfermedad, la batalla contra los troles y los poseedores de “verdades reveladas” que impulsan la desinformación y disminuyen la efectividad de la respuesta al brote. Sabemos hoy con mucha certeza que el COVID-19 es una infección que se contagia con una facilidad mayor a la de otros patógenos respiratorios, que aún sin haber desarrollado los síntomas se puede trasmitir entre humanos y que la manera más efectiva de prevenirla es siguiendo las medidas de bioseguridad para enfermedades con este tipo de trasmisión: lavado de manos, uso de mascarillas y guantes para personal en riesgo.
Si el comportamiento de la enfermedad se mantiene sin muchos cambios, se espera que los servicios de atención se congestionen. Los equipos asistenciales y administrativos de las instituciones prestadoras de servicios de salud tendrán mucho más trabajo del usual y deberán, llenos de ansiedades ante el peligro de contagiarse y el de contagiar a sus seres queridos, seguir atendiendo como la primera línea de defensa ante la enfermedad.
Por todo lo anterior, hago un llamado a la cordura, informándose en fuentes confiables y cumpliendo las recomendaciones de autocuidado que han probado ser efectivas. El pánico y la histeria colectiva demandando injustificadamente atenciones en salud e insumos pueden terminar siendo muchos más dañinos que la COVID-19.
@hmbaquero
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