La educación médica se organiza en planes de estudio que se estructuran a partir de largos períodos de reflexión y análisis. En ellos se seleccionan y organizan para la enseñanza los aspectos de la profesión que se consideran científica, social y culturalmente valiosos para el desempeño con profesionalismo del egresado. Evaluando los resultados alcanzados, y siempre condicionados por el variante entorno, periódicamente a los planes de estudio se les deben realizar ajustes que les permitan continuar desarrollando el proyecto curricular institucional.

En la últimas tres décadas y como parte de ese ejercicio permanente de evaluación, un cuestionamiento se instaló en los comités curriculares de los programas de medicina alrededor del planeta. La creciente velocidad con la cual se empezó a desplazar la frontera del conocimiento científico, la masificación de las fuentes de información y la interconexión física y tecnológica de la sociedad, condujeron a debates centrados en la búsqueda del equilibrio entre atender con importancia los muchos nuevos aspectos para la formación profesional y la conservación de la relevancia de los componentes tradicionales heredados desde inicios del siglo anterior, hasta ese momento inamovibles.

En ese contexto nos encontró la pandemia. Su declaratoria y las medidas decretadas por los gobiernos para su control, confinaron a la población estudiantil y limitaron, solo a las atenciones vitales, los servicios de salud prestados por las instituciones donde de manera tradicional realizábamos nuestras prácticas formativas. El caos y la incertidumbre generada nos exigió apoyarnos como nunca antes en los principios médicos básicos y en el modelo coherente de profesionalismo, altruismo, calidad y seguridad que siempre hemos buscado desarrollar en nuestros estudiantes. Esta inédita situación también nos confirmó la necesidad de garantizar en los médicos del siglo XXI competencias emergentes tales como: gestionar, con un enfoque global, los problemas de salud pública, utilizar grandes volúmenes de datos procesados con tecnologías para mejorar las atenciones en salud individual y contribuir decididamente a eliminar las inequidades en el cuidado de la salud.

Especial comentario merecen las oportunidades que aparecieron de introducir temas bioéticos como parte del acontecer diario durante la formación clínica de los estudiantes. La limitación de recursos vitales, la futilidad de algunas intervenciones, las decisiones de limitación del esfuerzo terapéutico dejaron de ser dilemas teóricos, sin historias de vida reales, a convertirse en laboratorios “vivos” que apoyen al desarrollo de competencias indispensables para la integridad física y mental en los futuros profesionales.

Si bien muchos solo recordarán la pandemia por la COVID-19 como un evento que puso en pausa la educación médica, para otros será la oportunidad de generar las transformaciones inmediatas en los planes de estudio que han estado aplazadas por décadas en sus programas, empleando esta crisis como un catalizador.

La capacidad de adaptarse ha sido reconocida como una herramienta evolutiva muy efectiva para sobrevivir. Los médicos para este siglo deberán ser capaces de enfrentar los complejos problemas en la salud pública, en la atención médica y en los sistemas de salud que el futuro con total certeza les deparará.

@hmbaquero

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