“Tener a quien me enseñó este arte en igual estima que a mis progenitores, compartir con él mi hacienda y hacerme cargo de sus necesidades, si le hiciere falta. Considerar a sus hijos como hermanos míos y enseñarles este arte de forma gratuita y sin contrato, si les fuera menester aprenderlo”. Es el inicio del juramento que hace Hipócrates para decirse médico, después de jurar por Apolo, Asclepio, Higiea y Panacea, con el fin de enseñar a aprendices que no eran de su propia familia.
Escrito en el siglo IV antes de nuestra era, se ve muy distante del acto suicida de la colega Catalina Gutiérrez Zuluaga, residente de cirugía, en el siglo XXI, al parecer, por un trastorno de estrés postraumático producido por un maltrato físico y psicológico de parte de sus profesores. Es decir, todo lo contrario de la intención hipocrática acerca de la docencia en la medicina, que pasó de ser un acto médico de amor a una escuela del temor.
Lo peor de todo, es que no se trata de un caso aislado sino una tradición de varios años de maltrato de los docentes del rango superior hacia el inferior en la universidad de la cual proviene la colega, mi hermana médica, Catalina. Es lo que se aprecia en la información que inunda las redes de gran cantidad de médicos, ya especialistas, que pasaron por esa escuela y salieron “bien librados”, y otros que prefirieron retirarse para no seguir soportando ese maltrato.
Las denuncias son graves, delicadas, todas corroboran que hay algo sistemático en esa concepción de la docencia médica que va del abuso laboral -al exigir al médico en formación un esfuerzo superior a sus capacidades físicas, o castigos con muchas más horas-, al maltrato psicológico con todo tipo de expresiones denigrantes para el residente según su ubicación en la escala descendente de la injuria.
¿Quién consuela a la familia de la Doctora Gutiérrez Zuluaga?, ¿qué explicación pueden darles la universidad o sus profesores que aminore su dolor?
Para mí, lo más digno que pueden hacer es reconocer, tanto la universidad como los docentes, que tienen un serio problema con la autoridad y el poder y deben hacer un enorme trabajo -lo digo con el mayor respeto a mis hermanos médicos de esa universidad-, por parte de los docentes de psiquiatría para una modificación de esa conducta que ya causó una tragedia para una familia, de la cual no se van a recuperar nunca, pero ese gesto aliviaría, Catalina se lo merece.
A los colegas docentes, en su intimidad, les toca revisar una y otra vez el Juramento Hipocrático para entender dónde están fallando y cambiar ese estilo nocivo de enseñar el arte de la medicina.
haroldomartinez@hotmail.com