Hablar del doctor Libardo Luis Diago Guerrero es condensar en una persona un periplo de unos 40 años de la historia de la pediatría en la ciudad, en el departamento y en parte de la región, porque su nombre se menciona como un referente de la atención a niños y adolescentes debido a su calidad profesional dentro de los cánones de la vieja escuela de la medicina que hablan de la atención amorosa al paciente; amor entendido como la empatía y la solidaridad frente al sufrimiento, desde la distancia ética de la relación médico paciente.

La medicina me ha permitido conocer dentro de los profesores y colegas a seres humanos excepcionales con unas cualidades que me han enseñado muchísimo y servido de ejemplo a lo largo de mi carrera. El doctor Diago está en esa lista desde cuando lo conocí mientras hacía mi año de internado y me tocó la rotación por pediatría en el Hospital San Francisco de Paula, más conocido como el Hospitalito Infantil, donde él era el coordinador científico. Lo que me cautivó de entrada en su atención fue una cualidad poco frecuente en el medio, la ternura. Los médicos solemos ser fríos, emocionalmente distantes en la atención médica ante la responsabilidad por la vida del paciente, para permitirnos la claridad diagnóstica. Pero él era tierno con los pacientes, los conquistaba con su sonrisa en medio de un berrinche del menor, mientras lo revisaba, lo palpaba, lo auscultaba y diagnosticaba.

Esa era su fama que volaba de boca en boca y que era sinónimo de un médico que atiende con mucho amor a los pacientes y hace unos diagnósticos y unos tratamientos que les salva la vida. Como eran las cosas en la vieja escuela.

Este pasado 13 de diciembre, los miembros de la Asociación Sociedad Médico Quirúrgica del Atlántico, nos reunimos con el fin de rendirle homenaje para que lo disfrute en vida y expresarle nuestro reconocimiento a una labor que debe quedar consignada en la historia de la medicina de la región para exaltar la labor de un médico dedicado a atender a niños y adolescentes de una manera encomiable. De parte de la gobernación recibió la medalla Puerta de Oro de Colombia y nosotros le dimos un aplauso que debe estar sonándole todavía en el corazón y una placa conmemorativa en la que agradecemos también esa hermosa amistad que nos ha brindado todo este tiempo.

Él no podía quedarse en silencio en la celebración, así que pidió a su hijo Javier, pediatra, que leyera su breve discurso en el que nos invitó a seguir creyendo en los sueños, a trabajar pensando en que los sueños se pueden realizar, así como ha sido su vida, la realización de un sueño permanente que le ha permitido disfrutar de ser esposo, padre, abuelo, ciudadano ejemplar, médico prestigioso.

También le regalamos una pieza de cumbia para retribuirle en la tonalidad por él conocida de sus ancestros caribeños nuestro aprecio como maestro y como amigo.

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