No sabría cuál de estas dos profesiones recomendarle a un hijo, al hijo de un amigo, o al hijo de alguien que venga a mi consulta para que lo evalúe y le oriente sobre su carrera profesional. Tengo una hija de 11 años que, en ocasiones, me comenta que quisiera ser médico, yo le acepto el tema, pero trato de desviarle la elección hacia otras profesiones, porque se me ponen los pelos de punta cuando me imagino a mi hija peleando con otros médicos por un puesto, o consiguiendo votos para un político con el mismo fin, o enferma con un ‘Burnout’ (fundido), un tipo de agotamiento físico y mental por estrés laboral; o portando un cartel junto con otros médicos protestando frente a una EPS para que le paguen el año de salario que le deben, salario miserable; o, en el peor de los casos, asesinada por un bárbaro que estaba esperando una ocasión para darle rienda a su sociopatía, como acaba de suceder con Cristian Camilo Julio Arteaga, médico que hacía su año rural en El Bagre, Antioquia.
Nací y fui criado en un hogar en el que ambos padres eran educadores, los vi preparar clases con una dedicación y un amor que producía efectos mágicos en sus alumnos, vi desfilar por mi casa egresados que se acercaban a darles las gracias a ambos por lo que les habían enseñado. Mi hermana es bacterióloga y enseñó por un tiempo a nivel universitario. Fui profesor de medicina por más de 20 años en varias universidades de la ciudad, seguí el ejemplo de mis padres y enseñé con dedicación y amor, lo cual me valió el reconocimiento y respeto de directivos y alumnos.
Hoy, un maestro es un desechable, tanto si le cancelan el contrato para nombrar a un recomendado, como si lo matan porque “rajó” a un mal estudiante; igual que los médicos, tienen que salir con pancartas a reclamar su salario trabajado, salario miserable; tienen que terminar de criar a un montón de niños mal educados en sus casas, o proteger a indefensos que son víctimas de matoneo; y aprender que nadie les va a agradecer su labor.
Del Derecho, ni qué hablar. El espectáculo diario de denuncias sobre corrupción en las instituciones más encumbradas de la Justicia en Colombia es para ponerse a llorar.
Me pregunto qué recomendarle a quien me consulte y me doy cuenta que estoy descartando a las profesiones en este país en función de la calidad de vida que pueda ofrecerles la profesión y el riesgo para su existencia. Por tanto, me toca descartar la de cineasta, a menos que se ponga a hacer pendejadas que agraden al sistema, porque si se atreve a una denuncia o investigación incómoda es declarado de inmediato objetivo militar y asesinado. Mauricio Lezama es el último de una larga lista.
Pienso en los costos de la educación cuando mi hija llegue a la universidad y sé que lo hará en universidad pública, como yo, de lo cual me siento orgulloso. Pero me pregunto en cuál, si ya están casi arruinadas todas.
haroldomartinez@hotmail.com