Aunque sabemos que la mayoría de las leyes se basan en estadísticas, son los casos individuales los que mas impactan, haciéndonos cuestionar valores establecidos. Las memorias de Garrard Conley, recogidas en el libro Boy Erased, en el cual se basa esta película, cumplen esta premisa.

Dirigida por Joel Edgerton, Corazón borrado nos involucra sin prisa ni temor en ese sufrido proceso que provoca la relación entre padres e hijos, cuando estos se apartan del camino establecido, frustrando las expectativas creadas.

La historia se centra en Jared (Lucas Hedges), hijo de Marshall Eamons (Russell Crowe), pastor de una iglesia baptista en un pequeño pueblo norteamericano. Después de varias experiencias, a los 19 años, Jared se declara homosexual, y se ve forzado por sus padres a someterse a un tratamiento conocido como “terapia de conversión”. A pesar de que su médico ha certificado que es una persona completamente normal, el medio quiere hacerle creer lo contrario, persiguiendo borrar su identidad.

Con gran honestidad los personajes nos muestran esa vida familiar tradicional, manejada por un padre que cree poseer la verdad absoluta, sin permitirse ver mas allá de las murallas que su credo le impone. Por ello utiliza la idea de un Dios castigador para forzar al hijo a abandonar sus propios instintos.

La madre, Nanci (Nicole Kidman), aunque aparentemente mas abierta por los sentimientos maternales, resulta un cero a la izquierda cuando de decisiones se trata. La historia es conocida, pero no deja de golpearnos al ver la impotencia de la mujer en estas estructuras patriarcales, aceptadas como norma.

Es así como Jared termina internado en un establecimiento llamado Love in Action, dirigido por el tirano Victor Sykes (Edgerton), quien obliga a los internos a despojarse de todo contacto con el mundo exterior y a mantener en secreto lo que sucede en su interior. Algo nos enteramos por los otros asistentes, entre ellos Jon (simbólicamente interpretado por el cineasta Xavier Dolan), de los horrores que se viven en este tipo de campamentos, que pueden llevar hasta el suicidio.

Pero tal vez lo central de la cinta es la metamorfosis de los padres, quienes, a pesar de la rigidez impuesta por la religión y el medio, se llegan a hacer cuestionamientos que dejan una luz de esperanza para tantos que confrontan situaciones similares.

En ciertos momentos nos sentimos presenciando una película de terror, pero un terror impuesto bajo las premisas del absurdo, bajo códigos morales y religiosos que no consideran al individuo, y salimos preguntándonos si quienes necesitan la terapia no son mas bien los padres, o los colegios, o las entidades religiosas o la sociedad entera.

La confusión que provoca la sexualidad en los adolescentes sería tanto mas fácil si se les permitiera explorarla libres del miedo y la culpa; con seguridad serían menos los casos de abuso, porque si algo comprueba esta historia es que la homosexualidad ni se cura ni se transmite, porque no es una enfermedad.