Presentar un nuevo relato sobre la vida del pintor Vincent van Gogh tenía un objetivo muy claro para Julian Schnabel, el director de esta cinta, y consistía en mostrar una versión diferente que hiciera que el espectador saliera de la sala comprendiendo la filosofía del artista a través de su obra. Y esto es lo que logra, con la ayuda de los guionistas Jean-Claude Carrièrre y Louise Kugelberg.
Van Gogh en la puerta de la eternidad no es una biografía tradicional, y su aproximación va mas allá del contexto histórico. El filme se concentra en la etapa más productiva del artista, poco tiempo antes de su muerte, cuando vivió en Arles y en Auvers-sur-Oise, Francia, época en que compartió de cerca con Paul Gauguin, otro artista del mismo período.
Usando a dos excelentes actores como Willem Dafoe en el papel de Van Gogh y a Oscar Isaacs en el de Gaugin, el director logra inmiscuirnos no solo en la época sino en la psiquis del personaje. Son éstos precisamente los años en que el pintor descubre sus problemas mentales, que tal vez hoy día serían manejados de manera diferente, y que fueron determinantes en su trágica existencia.
Shnabell se basó en la correspondencia que Vincent mantuvo con su hermano Theo, interpretado por Rupert Friend, para exponer su propia versión de los acontecimientos. Estas cartas le dieron gran autenticidad al personaje interpretado por Dafoe, a quien Schnabel, también pintor, enseñó las técnicas necesarias en este arte, para hacerlo mas realista.
El elenco incluye además actores de talla de Mads Mikkelsen, Mathieu Amalric, Emmanuelle Seigner y Vincent Perez, completando con éste el cuarto biopic de este aclamado director, que nos ha expuesto a personajes como Basquiat, en la película del mismo nombre (1996), Reynaldo Arenas en Antes de que anochezca (2000), y Jean-Dominique Bauby en La escafandra y la mariposa (2007).
Con la fotografía de Benoît Delhomme, que capta con destreza la expresión de locura en los ojos de Dafoe, el director logra mostrar su propia teoría de lo que aconteció con Van Gogh, presentando además una interpretación particular sobre su muerte.
El recorrido en que nos embarcamos es tan neurótico como el personaje, y sentimos sus propios demonios y dolencias, oímos las voces que lo persiguen, las imágenes que le aparecen y las conexiones nerviosas que llegan a provocar los brochazos de su particular pincel.
Gracias a la excelente interpretación de Dafoe, nominado al Oscar por este papel, la cinta logra el difícil objetivo de representar a este artista obsesionado con la perpetuidad de su obra. “Quizás Dios me hizo pintor para la gente que no ha nacido aún”, dice Van Gogh de una manera premonitoria a un sacerdote en cuyas manos está darle de alta en el asilo en donde se encuentra recluido.
Por eso al salir de esta película sentimos que hemos compartido un tratado sobre el arte o sobre su interpretación, mas que otra biografía del artista que consideró la locura como una forma de arte.








