
¡Vaya democracia!
La dirigencia colombiana debe reconocer que dos principios de la democracia son: la validez de las mayorías y que estas pueden cambiar por otras igualmente legítimas. Mayoría es mayoría; e independiente del signo ideológico que representa ella es la única correcta por ser válida. Por ello, es tan legítimo que quienes han tenido el poder lo puedan retener, como lo es que surjan nuevas mayorías.
Para algunos la democracia colombiana es perfecta. Pero se ha desgastado ese discurso y no ven el problema que tienen al frente: una gran parte de la sociedad reclama reformas y ajustes al modelo económico y social, para incluir a la mayoría que ha visto su rol reducido a legitimar un sistema al servicio de las minorías.
El proceso electoral colombiano ha estado imbuido de irregularidades, infracciones y delitos electorales, aunque no alteren la voluntad general y no siempre configuren un fraude. Solo algunos de ellos se tramitan y resuelven debida y oportunamente. Las irregularidades e infracciones que se han tramitado, desde 1958, para favorecer el gobierno de turno y por conveniencia política, han minado la legitimidad, transparencia y participación ciudadana. Lo importante es que esos defectos se corrijan oportuna y plenamente; y para ello están la Organización Electoral Colombiana y la Justicia.
Los problemas presentados en las elecciones del 13 de marzo parecen ser intencionales y técnicos. Estos últimos tienen que ver con el diseño del formulario E14 y las tarjetas electorales, la capacitación de jurados y el preconteo que, aunque tiene un fin informativo, crea hechos políticos. Quienes desde el poder son propensos a no respetar la institucionalidad toman a conveniencia el preconteo como definitivo y legal, cuando no lo es.
El resultado de un proceso electoral legítimo y transparente si es mal comunicado a la opinión pública deja la sensación de fraude electoral. Así mismo, un proceso electoral tramposo e ilegítimo oportunamente bien comunicado termina legitimando el fraude. De esto los colombianos sabemos bastante; y cuando el expresidente Pastrana habla de fraude a favor del Pacto Histórico, además de descabellado, pretende legitimar el fraude electoral que llevó a su padre a la presidencia en 1970; y nos puede conducir a repetir esa oscura época de Colombia.
La dirigencia colombiana debe reconocer que dos principios de la democracia son: la validez de las mayorías y que estas pueden cambiar por otras igualmente legítimas. Mayoría es mayoría; e independiente del signo ideológico que representa ella es la única correcta por ser válida. Por ello, es tan legítimo que quienes han tenido el poder lo puedan retener, como lo es que surjan nuevas mayorías.
Así entonces, a pesar de las inconsistencias del preconteo del domingo 13, dada la legalidad y transparencia de los escrutinios, es inaceptable que expresidentes y partidos en el poder contesten los resultados electorales sólo porque estos no les son convenientes o favorecen, por primera vez, propuestas políticas contrarias a sus intereses. Este hecho deslegitima el proceso electoral, lo cual es muy peligroso pues exacerba pasiones y genera violencia y disturbios políticos. Algunos quieren travestir sus pasiones individuales con las de la nación, para mostrarlas como justas y legítimas. Pero las pasiones, aun siendo de toda una nación, no son justas ni válidas.
Hay quienes defienden nuestra democracia como perfecta porque la han puesto a su servicio. Pero hay que defender la democracia para todos, sin importar la condición social y las convicciones ideológicas.
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