El 14 de noviembre se conmemora el Día de la Mujer Colombiana, en honor a Policarpa Salavarrieta quien fue asesinada durante la reconquista española en 1817. El 8 de marzo, se celebra el día internacional de la mujer. A veces dan ganas de rechazar esas celebraciones por ser un simple pretexto para espiar pecados y rasgarnos las vestiduras durante un día o dos, con el día de la madre, para el resto del año ser permisivos, cómplices, promover o justificar inequidades, atropellos e inactividad frente a las injusticias, abusos y profundas desigualdades sociales contra las mujeres. En los sectores más frágiles de la sociedad la situación se agrava, pues al ambiente cultural y social de opresión de las mujeres se suman las inequidades económicas, profesionales y políticas estructurales que existen, particularmente en América Latina.
La discriminación hacia las mujeres se refleja en las familias, en el trabajo, en la ausencia de reconocimiento profesional, salarial y político, y en la elevadísima impunidad frente a situaciones de violencia contra ellas. En el año 2020, de 208 feminicidios reconocidos hasta el mes de noviembre, el 93% se encontraba en impunidad, así la Fiscalía General mienta cínicamente diciendo que el 94% de los casos están siendo atendidos por la justicia.
Existe hipocresía y moralismo en una sociedad cuando esta continúa negando, descalificando y señalando a las mujeres por reivindicar su libertad y el derecho a disponer de su cuerpo y su vida. Quizás donde menos se observa el maltrato a las mujeres es en la institución educativa, sin ser esta una panacea de virtudes. En la política, la hipocresía es tal que se dice que las mujeres han avanzado porque han logrado el 10 o 12% de escaños en las corporaciones públicas. Pero dichas mujeres en más del 92% provienen de sectores sociales altos o medios. Los logros de estos sectores, no mayoritarios, no son una conquista de todas las mujeres. Los sectores medios reivindican el progreso de las mujeres, pero no de aquellas más humildes e ignoradas. No se reclaman los derechos de las campesinas, indígenas, afrodescendientes, madres comunitarias y mujeres en general que agotan su vida en el sector informal o en empleos con salarios de miseria. Mujeres que prolongan sus jornadas atendiendo los oficios del hogar y el cuidado de los hijos, como consecuencia de la ausencia de cobertura real de políticas para la niñez y de mayor solidaridad y compromiso de sus parejas.
Hoy, con la reciente reforma electoral se celebra, como un gran triunfo, que el 50% de las listas a cargos de elección popular estén integradas por mujeres, como si por eso se garantizase el 50% de la representación política. Dichas cuotas legales son pura formalidad y no aumentarán, per se, la representación de la mujer en la política. No es con leyes que lograremos igualdad y mayor inclusión de las mujeres. Es un tema más de transformación cultural y social. Necesitamos un sincero cambio de consciencia sobre lo que significa equidad de género.