Tres ejemplos: la división del Polo Democrático, las pugnas en el Centro Democrático y los reagrupamientos de dirigentes de Cambio Radical, la U y partido Liberal, que buscan configurar una línea liberal socialdemócrata. Pero no solo está en juego la lucha por el poder, sino retener el protagonismo que pierden aceleradamente frente a los ciudadanos que, aunque no crean o no confíen en los partidos, se interesan y participan en la política, por fuera de ellos.

Las dificultades ciudadanas se acrecientan con partidos que no son factor de armonía y tranquilidad, crean ansiedad y dividen. Se decía que los partidos eran “un mal necesario”, pero como los tiempos cambian, ya no se tiene porqué admitir que lo sigan siendo. Estos no tienen reato en ubicarse y vacilar frente a la ignominia y el crimen; no se deciden entre lo justo y lo injusto, entre la verdad y la falsedad; y no se referencian por la utilidad pública, sino por intereses particulares sacrificando los intereses colectivos. Cada partido quiere el poder y dejar a los demás por fuera, en la cárcel, en la oposición a la colombiana, descalificando y acosando la participación ciudadana y manipulando el poder para silenciar la protesta a conveniencia. La pregunta es si por el hecho de que ellos existen debemos conservarlos, defenderlos, promoverlos y apoyarlos. No es su necesidad lo que salta a la vista, es su mal. “Sólo el bien es un motivo legítimo de conservación” (Simone Weil). Los partidos dividen porque incentivan la pasión colectiva, construyen pensamiento único colectivo, aunque vaya contra la libertad y la democracia; y para hacerse al poder solo buscan su crecimiento sin límite alguno. Todo puede ser válido: mentir, manipular y defender lo indefendible; y poco importa defender las instituciones por ellas mismas, así sean caducas, contraproducentes, antidemocráticas y antiliberales.

Los partidos dicen actuar en nombre de la razón, pero la confunden con su deseo y ambición. Hablan en nombre de la nación, de la comunidad o de los colombianos, así solo se fundamenten en el deseo de particulares. Huelga recordar con Rousseau que el deseo injusto de una nación no lo hace algo superior al deseo injusto de un individuo; y que la razón es igual en todos los individuos, lo que puede diferir es la pasión. Lo justo como la razón son iguales para todos los seres humanos. Solo lo que es justo es correcto. Hoy los partidos, movidos por la pasión, terminan oponiéndose a la democracia. Construyen peligrosas y desestabilizadoras pasiones colectivas que pretenden imponer ilegítimamente. Se olvidan o no se preocupan por lo justo que es lo único que es legítimo.

Los partidos no son espacios libres de discusión; y sin embargo pretenden que se les entregue la democracia para administrarla. Esta, como el poder de la mayoría, no es un bien, sino “un medio con la vista puesta en el bien” (Weil). La pasión de los partidos nos divide, induce a asumir una postura y sustituye “la obligación de pensar”.