Hay situaciones que nos informan lo mal que estamos como humanidad, lo involucionado que está el mundo, las marchas, las mingas, las protestas en general generan afirmaciones como “la gente de bien y el vandalismo” “La ciudadanía y los indígenas” “Esos indios que se la han tirado de pobrecitos siempre” los racismos estructurales, sistemáticos, romantizados o microrracismos disfrazados de “inclusión” – tú no eres tan negrita, hablo de aquellos que huelen a azufre y que tienen el pelo malo– ¿ Pelo malo? Disculpe es acaso asesino ese pelo rizado y el mío que es liso, ¿es inocente y absuelto de toda maldad? Se escuchan narrativas como – yo no soy racista porque yo quiero mucho a todas las negras, ellas cocinan bien y como ellas nadie nos cuida– continúan arraigando estereotipos que no permiten vivirnos como una humanidad pluricultural y sobre todo como una colombianidad que no tiene su origen en la pureza étnica, que es resultado de migraciones, esclavitudes, colonizaciones donde todos y todas tenemos en nuestra historia algo de indígenas, afros, árabes, gitanos; muchos dirán esta se enloqueció – ahora todos somos todo – el punto acá es reconocer que el racismo más perverso y normalizado que tenemos es el de negar nuestro origen, con una tendencia a creerse la raza pura alejada de los mal llamados – indiecitos y negritos casi embrionarios y cimarrones; basta de racismos estructurales o romantizados, desde las manifestaciones más impactantes hasta las más asolapadas nos instalan en una línea estática de involución humana.
Seguir asignando roles a unos y otros, tomando distancia de eso que consideramos merecedor de discriminación y asignando la culpa de los problemas del país a esos pueblos – nativos – que obvio no se parecen al gran nivel de los “raza pura”, es la muestra de que esos que posan de perfectos son el verdadero problema, basta de racismos, homofobias o exclusiones; no tenemos que ser discapacitados para hacer activismos a favor de la inclusión, ni ser indígenas o afros para respetar y garantizar los derechos de dichas poblaciones, esto se trata de humanidad, de hacer este mundo apto para todos y todas, no desde uniformarnos sino desde las diferencias, desde la diversidad que somos y que seguiremos siendo.
Condenar a las personas por su color de piel, su etnia, sus creencia o rituales es tan primario que parece de ficción y no realidad, a mí me parece que el racismo ni antes, ni ahora, ni nunca pegará. Lo digo así de criollo porque es tan alejado de la inteligencia, de las libertades y de los derechos, que en realidad quienes ejercen racismos solo informan del calvario en el que viven, de esa tormenta constante de odiar su historia y negarse a vivir desde la tranquilidad de respetar, amar, relacionarse desde la paz de ser y dejar ser.
Despertar de la pesadilla eterna de las apariencias sería la salvación para aquellos que no son conscientes de perder el tiempo enfermando su vida. El país no está mal por los indiecitos, los negritos, los maricas, las lesbianas, los y las jóvenes o por quienes se atreven a generar transformación social, a ‘descorruptizar’ realidades y a reinventar historias; está mal y seguirá mal por los corruptos que posan de perfectos, por los de triple moral – por ejemplo – que condenan a los gays, pero tienen novias en secreto menores de 14 años; que toman los recursos públicos como caja menor y se enriquecen mientras otros mueren de hambre o no reciben educación de calidad producto del desvío de esos recursos; pueden tildarme de resentida, pero hay que exponer las cosas como son, basta de señalar cuando seguimos ejerciendo actos deshumanizados como los racismos, la corrupción o las violencias.