P.: Con frecuencia he oído la expresión ‘en estado de embarazo’. ¿Es correcta o lo es más ‘estar embarazada’? Enrique De la Rosa, B/quilla.

R.: Las dos son castizas, aunque en la lengua corriente se emplea más ‘estar embarazada’. Hay otras maneras de llamar esa etapa de la mujer: estar en estado interesante o de gestación o de gravidez, encinta, preñada o empreñada, quedar embarazada o en embarazo, se embarazó (como si una mujer se embarazara sola) o se embarazó de fulano… No obstante, encontré que, a diferencia de la lengua corriente, ‘en estado de embarazo’ se emplea con muchísima frecuencia en disposiciones y normas de distintos espacios o entes, como el ámbito jurídico, Corte Constitucional, ICBF, Ministerio del Trabajo, Profamilia, oficinas de empleo, centros de atención laboral, empresas aéreas, entidades médicas, medios de comunicación…

P.: En una reunión alguien dijo “voy a covar en el jardín”. Le indicaron que en realidad el verbo es cavar. Aurelio Valera, Malambo.

R.: Es correcto usar cualquiera de los dos verbos. En el DLE no aparece covar, pero en diccionarios de regionalismos y en otros no oficiales figura como sinónimo de cavar. En los idiomas, con frecuencia, la articulación de los sonidos se altera por dificultades en la dicción o por efecto de otro sonido. Quizá esto último haya pasado con covar por influjo de la palabra coa, sustrato de una lengua indígena mexicana, que se refiere a un “palo agudo que los indios tienen para buscar raíces, tubérculos o turmas, o cavar en las minas”, según se lee en un artículo del erudito José Montes Giraldo en un número de la revista Thesaurus, del Instituto Caro y Cuervo. Como ese palo agudo, con leves variaciones, es semejante al instrumento que en varios países de América se usa para los mismos menesteres indígenas, es posible que la voz coa de estos haya contribuido a cambiar el patrón fónico del verbo cavar.

P.: ¿Es cierto que la palabra pánico deriva de un tal Pan? ¿Quién era ese man? Aurith Hernández, Bogotá.

r.: En la mitología clásica, Pan es el dios de los pastores y de los rebaños. Se trata de una divinidad obscena, integrante del cortejo de Dionisos, dios del vino y de la alegría de vivir. Dentro de ese séquito tumultuoso, Pan no hacía sino tocar la flauta (la siringa), festejar, hacer bulla y bailar. Era un rumbero consumado, además de rudo, malhablado, sinvergüenza, hostil y feo, pese a lo cual era enamoradizo y acosaba sin tregua a muchachas y a ninfas. La mitad de su cuerpo era de hombre, con muchas arrugas y barba larga y despoblada, y la otra mitad era de macho cabrío, con cuernos, cola, piernas y pezuñas. Se le dice pánico al pavor causado por Pan, quien por valles y montes hacía ruidos tenebrosos y atronadores que asustaban a los caminantes. Era tal su capacidad de horrorizar que se dice que en la batalla de Maratón, en la que triunfó Atenas, los persas huyeron espantados por el “terror pánico” que originaba Pan.

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