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Opinión

¡Reforma Tributaria!

Los recursos que el Estado está planeando destinar a enfrentar la catástrofe socioeconómica que estamos sufriendo son, en el mejor de los casos, pobres.

Para mal de Colombia, la camarilla que ha manejado su economía durante las últimas décadas tiene una recomendación estándar para cualquier situación que el país enfrente. Haya lluvias o sequía, crisis o bonanza internacional, precios de materias primas altos o bajos, prosperidad o pobreza, su receta siempre es la misma: ¡reforma tributaria! Y con ella han logrado llevar a Colombia a que, después de infligirle quince reformas tributarias en los últimos veinticinco años, ocupe el puesto 135 entre 137 en el capítulo de tasa impositiva total del Reporte Global de Competitividad de 2017.

Esta absurda situación, dañina en circunstancias normales, empeorará enormemente si hoy, cuando el país sufre la mayor crisis económica de su historia, se impone la nueva reforma tributaria por la que esos inefables personajes claman con la excusa de un supuesto problema fiscal. Ella anularía todo esfuerzo que se haga para buscar la recuperación de la economía, cuando el problema real, gigantesco, que Colombia encara es la reconstrucción de su devastado tejido socioeconómico requerida para atacar el desempleo masivo que su población está sufriendo.

Los recursos que el Estado está planeando destinar a enfrentar la catástrofe socioeconómica que estamos sufriendo son, en el mejor de los casos, pobres. El magro 2,7% del PIB en que podrían incrementar el déficit fiscal es abismalmente inferior a los montos que la mayoría de los demás países están dedicando al mismo fin. Pero aún este modesto esfuerzo se borraría de un golpe con un aumento en impuestos. Nadie ha sacado a un país de una recesión imponiéndole impuestos. ¡Todo lo contrario!

No habiendo en Colombia precedentes de rebajas tributarias, se puede mirar a Estados Unidos para apreciar sus efectos. Allá, las administraciones Harding-Coolidge bajaron el desempleo a la mitad y duplicaron el crecimiento del PIB en los años 20 mediante una reducción de impuestos. Kennedy, en los 60, redujo el desempleo del 5.8% al 3,9% y aceleró el crecimiento del PIB al reducir la tasa de tributación. E incrementó el ingreso fiscal, como había anticipado Keynes que sucedería al advertir que “dándole un tiempo para cosechar sus frutos, una reducción de impuestos puede tener una mejor probabilidad de balancear el fisco que un aumento”. Reagan, con su ley ERTA incrementó el recaudo tributario, elevó el crecimiento económico del 0,8% al 4,8%, y redujo el desempleo de 9,7% en 1981 a 5,3% en 1986. Y recientemente, a través de reducciones fiscales, Trump aceleró el crecimiento económico y logró el menor nivel de desempleo en veinte años.

Colombia debe concentrarse en garantizar no sólo la protección del empleo sino el robustecimiento de la demanda. Y esto no se hace imponiendo impuestos sino reduciéndolos. Por eso, las medidas de recuperación que se están instaurando en el resto del mundo no se basan en la creación de nuevos impuestos sino en el crédito. Esa es la ruta que Colombia debe seguir.

A esta crisis no se le puede dar el manejo acartonado y timorato que ha caracterizado nuestra conducción económica. La situación socioeconómica es tan grave que no está para ser manejada a punta de manuales de escuela. Estamos viviendo el momento económico más difícil que Colombia ha cruzado durante nuestras vidas, y es preciso enfrentarlo con creatividad y valor. Y, definitivamente, esto no es gravando una vez más a los colombianos.

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