El Estados Unidos futbolero de hoy no es el mismo de hace 30 años, cuando albergó la Copa Mundial del ‘94. Aunque ahora se juega mucho más, todavía no es una sede que se viste de fútbol en cada rincón como pasaría en cualquiera de los países del sur del continente.
Primero, porque es un país muy diverso, y segundo, porque no tiene historia con la redonda. Empezando porque en USA, el once contra once no pudo llamarse como en todo el mundo. Cuando dicen fútbol, mientras al resto se nos dibuja una pelota pecosa en la cabeza, para ellos es un ovoide naranja debajo del brazo.
Pero el país del Tío Sam, cuando quiere algo que no tiene, lo compra.
Y del libro de la historia del fútbol mundial ya ha comprado varios capítulos. El primero fue en 2007, cuando adquirieron los derechos de David Beckham con jugosos contratos publicitarios para él y su mediática esposa. Al astro inglés al comienzo le costó adaptarse, pero pronto entendió que su papel no era el de meter goles, sino el de iniciar un negocio.
Y mientras del otro lado del charco nos reíamos de tan ridículas apropiaciones, ellos invirtieron en entrenadores, construyeron campos en colegios y universidades.
Crearon un laboratorio social en el cual mezclaron lo mejor de la pasión por el juego y le restaron al machismo y la violencia de las barras. Una fórmula que dio como resultado una semilla transgénica de fútbol que llamaron Soccer.
Un deporte que juegan en campos de entrenamiento niños y niñas por igual, sin discriminación de géneros ni razas. Un fútbol mucho más técnico que agresivo. Más amigable con las familias que compran las boletas para ir a los estadios, y mejor mercadeado para hacerlo atractivo para las marcas que buscan nuevos nichos de consumo.
Y fue el mismo Beckham el que escribió el otro gran capítulo en esta historia. Con la astronómica contratación de Messi y sus amigos, logró desplazar de los roperos de todo el mundo la camisa blaugrana de Barcelona por un impensado jersey rosado.
Hay puristas que acusan a Estados Unidos de estar traicionando la esencia del fútbol, pero vivimos otras épocas. Y hay que agradecerle al Soccer que hoy haya muchas más niñas queriendo jugar fútbol sin que nadie las mire extraño. Y muchos más padres orgullosos de sus hijas cuando meten un gol.
Para la tranquilidad de los tradicionalistas, estamos a punto de comenzar la fiesta del fútbol. Y después de ver las noticias en los medios estadounidenses, estoy convencido de que, más temprano que tarde, dejarán de llamarlo Soccer, ya que los referentes sudamericanos que están haciendo historia en suelo gringo “juegan al fulbo’ y no al zoke’”.