Parapetados en las razones de una supuesta coherencia, dos de los tres líderes de la Coalición Colombia y el excandidato Humberto de la Calle anuncian con bombos y platillos su decisión de votar en blanco el 17 de junio.
La suya no es una postura arriesgada ni ejemplarizante; ni siquiera es sorpresiva. Se veía venir, ya que los líderes del llamado “centro” también forman parte de los millones de colombianos que detestan a Gustavo Petro. Y esa animadversión generalizada hacia el aspirante de Colombia Humana, la cual divaga entre la antipatía personal y la incompatibilidad ideológica, es la que tiene a Álvaro Uribe a un paso de regresar al palacio de los presidentes.
(Me refiero a Uribe, y no a su intrascendente vocero, porque son las ideas, los métodos y los objetivos del funesto senador antioqueño, los que se impondrán de nuevo en Colombia a partir de la primera semana de agosto).
Así que será la repugnancia, surgida de dos facciones aparentemente distintas, la que descartará a Petro mientras reelige a Uribe.
Por un lado, quienes defienden una visión del mundo basada en la trampa, la politiquería, la corrupción, el desprecio por las instituciones, la descalificación de la oposición, los lazos sangrientos entre la política y el crimen, votarán por su adalid natural. Eso es coherencia.
Por otra parte, quienes se autoproclaman como los salvadores de la política, los que tienen los brazos cansados de tanto ondear la bandera contra la podredumbre, la violencia y la complicidad infame con las mafias que controlan el Estado, se harán los de la vista gorda, a pesar de que saben de sobra que hay tres formas de contribuir con el triunfo de lo que dicen combatir: votar por Uribe, votar en blanco y no votar. ¿Eso es coherencia?
Olvidan los líderes del centro impoluto que la discusión sobre alternativas distintas de pensamiento, sobre maneras diferentes de concebir el gobierno, sobre las prioridades que deben tener las políticas públicas, es lo que se espera en los procesos electorales de países normales, pero no aplica en Colombia, un país que no es normal, una sociedad en construcción que apenas está comenzando a descubrirse y que tiene la obligación de proteger a toda costa sus escasas conquistas colectivas. Olvidan que hoy, lamentablemente, seguimos atascados entre la paz y la guerra, entre la verdad y la mentira, entre la vida y la muerte, y que la teoría de un abstencionismo ilustrado (el voto en blanco en segunda vuelta no se contabiliza), en la práctica puede convertirse en un camino sin obstáculos hacia la oscuridad.
No es justo con los pobres de este país, con los desplazados, con los perseguidos, con los despojados, con los mutilados, invocar el odio disfrazado de coherencia para sentarse en el balcón de los testigos que presencian la victoria de la infamia. Lo sabe Fajardo, lo sabe Robledo, lo sabe De la Calle, y no les importa.
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