«Toda persona anónima es perfecta», dijo una de las voces del poeta Antonio Porchia, como queriendo otorgarle valor al anonimato o al ser, simplemente, un humano más. La gran mayoría de personas que llegan a ser reconocidas entre miles de millones, de algún modo, han recorrido conscientemente un camino para alcanzar el Olimpo de la fama, ese premio salpicado de castigo que termina por negar derechos fundamentales como la intimidad o la mismísima libertad. La historia reciente de Shakira le ha puesto el mundo de cabeza. Y ella ha tenido que ponerse en pie y “recoger sus pedazos del suelo”, resistiendo la presión del público y de la prensa, que han convertido su separación de Gerard Piqué en un circo vulgar, donde escasean la empatía y el respeto.
Tener que lidiar con paparazis que aguardan las veinticuatro horas del día a las afueras de su casa o de la escuela de sus hijos no debería ser para Shakira el “precio que la fama demanda”, como muchos suelen justificar la ausencia de la vida íntima en todo aquel que se considere famoso. Una cosa es el interés público, y otra, el interés del público. El que las acciones, la vestimenta, las aficiones, los triunfos y las caídas de los famosos despierten la curiosidad o llamen la atención de las multitudes no quiere decir que ello otorgue derechos ilimitados a los medios de comunicación y a la gente de conocer en detalle todo lo que ocurre en sus vidas; o de, lo que es peor, opinar descarnadamente sobre algo que no les compete.
La vida de los personajes públicos no le pertenece a la opinión pública. Lo que en la exclusiva entrevista de la revista ‘Elle’ Shakira dijo que «es probablemente la etapa más oscura» de su vida debería servir lo suficiente como para apagar por completo el fuego que los medios sensacionalistas han sabido avivar desde que los rumores de una posible ruptura amorosa empezaron a levantarse en torno a la relación sentimental de dos famosos que, muy a pesar de ello, también tienen derechos esenciales. Shakira dice sentir que está sumida en un «mal sueño», uno del que no puede despertar al darse cuenta de que esa es su realidad; realidad que para ella - como para muchísimas personas del planeta- es muy difícil, aun cuando haya quienes desde el desconocimiento aseguren que llorar con fama y plata aligera cualquier carga.
«Yo soy la fama, soy aquel que la gente reclama, pero nadie puede comprender», pregona Héctor Lavoe en La fama, esa canción que bien describe lo que implica servir al público, llegar a la cima y tambalear todo el tiempo allá arriba, con el riesgo de caer sabiendo que cuesta abajo lo más probable es que nadie le espere para sostenerle. Es justamente la música, por encima de todos los desafíos que enfrente, la «herramienta» que ha usado Shakira para sobrevivir a situaciones difíciles. Y el amor de sus hijos y de su familia, lo que la sostiene. Al final de toda su historia, que dista de ser un cuento de hadas, Shakira es una humana más.
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