Como si fuera ayer, recuerdo ahora esa clase de quinto grado de primaria en la que aprendí mucho más que el mero origen de la creación. «Ella tiene su vulva, y él, su pene», decía la profesora de Religión de forma enérgica, refiriéndose a cómo Dios había dispuesto las cosas en el mundo… hombre, mujer, naturaleza, sexo e identidad. Sin ser tan consciente de ello a mis escasos diez años, ese día entendí que el dogma y la moral no se pueden desconectar de la materia, que no existe alma sin cuerpo, que hay que llamar a cada cosa por su nombre, y que para comprender la religión hay que ver más allá de los libros sagrados.

Un mensaje emitido esta semana por un colegio de Bogotá que asegura que allí «no se aprende sobre sexo, ideología de género o activismo LGBT», ni tampoco sobre «comunismo, izquierdismo o socialismo», es un claro signo de oscurantismo en un tiempo que debiera ser, como es apenas obvio, más avanzado que el del bien llamado Siglo de las Luces. En esa pieza gráfica, la institución con nombre de santo asegura que sus profesores solo deben enseñar «matemáticas, español, historia, ciencias, biología, filosofía y artes», entre otras materias, presumo, “inofensivas”.

Me pregunto cómo se hace para enseñar disciplinas como la filosofía o la sociología omitiendo la existencia de ciertas corrientes políticas y filosóficas; cómo los niños y jóvenes aprenden de biología sin hablar de sexo; cómo conocen la historia de la humanidad desestimando corrientes o movimientos sociales; cómo reciben clases de arte esquivando la desnudez y el erotismo presentes en obras como las de Picasso… o cómo desarrollan la libre personalidad y el respeto por las diferencias en una institución educativa que limita la enseñanza solo a aquello que desde la moral egoísta de la fe católica se entiende como “bueno”.

La educación es un fenómeno social fundamental, así la entendió el sociólogo E. Durkheim, en tanto que la sociedad «tiende a modelar al niño a su imagen». Sea formal o informal la educación que los niños y jóvenes reciban, esta debe permitir y promover el pensamiento crítico, desde una perspectiva en la que no solo seamos lo que vemos, sino también lo que pensamos sobre ello. Y esa dinámica implica que al final todos lleguemos a ser el resultado de nuestra propia visión del mundo.

No se forman ciudadanos integrales ni globales cuando se esconde parte de la realidad. No es posible que todavía existan escuelas que, amparadas en la Biblia, los preceptos morales o cualquier otra arandela que se interponga al ser humano y a sus libertades y derechos fundamentales, minen la esencia de una auténtica educación holística que incluya a todo y a todos los que hacemos parte de esta patria universal llamada Tierra. Porque nada ni nadie llega a la excelencia a partir de principios selectivos. Porque no hay pedagogía cuando todo se resume a ocultar para educar.

@cataredacta