El pasado 4 de agosto sucedió lo que hace unos veinte años tal vez era un imposible. En un encuentro organizado por la Comisión de la Verdad, Rodrigo Londoño, excomandante de las FARC, y Salvatore Mancuso, exjefe de las AUC, comparecieron ante 18 víctimas que fungieron como autoridad moral de ese espacio y que escucharon a dos de los hombres que más profundamente han lastimado a la nación y que, aun en su irrefutable condición de victimarios, se reconocen a sí mismos como víctimas de la violencia y de la injusticia social, entre tantos otros flagelos que han golpeado por décadas al país de los “buenos muertos”.

Más allá de la palabra, la verdad tiene poder. La de los inicios de Rodrigo Londoño en las FARC-EP no se aleja de la de miles de personas que decidieron militar en la insurgencia para defender luchas que aparentaban ser honrosas, pero que terminaron siendo no menos que horrorosas. Londoño, quien dice ser de familia pobre, de padres campesinos que sufrieron la época de la violencia, contó cómo a sus trece años ingresó a la Juventud Comunista, motivado por el discurso revolucionario de su padre, que enfatizaba en la revolución cubana, la inequidad y la necesidad del cambio social. Ya allí se perfilaba una estrella del mal.

En su juventud quien después respondiera al alias de Timochenko fue fiel oyente de Radio Habana Cuba, a donde una vez envió una misiva que obtuvo como respuesta un discurso de Fidel Castro titulado ‘Me absolverá la historia’. Cuando apenas cogía forma el que llegara a convertirse en el tercer y último jefe del mal llamado Ejército del Pueblo, quizás el entonces joven que empezaba a habitar el sueño comunista no era consciente de lo difícil que es que la ‘historia’ absuelva crímenes de guerra y de lesa humanidad como los que en sus tantos años dentro de la espantosa guerrilla él llegó a cometer.

En la otra orilla de la guerra en cuestión está Salvatore Mancuso, quien con su overol naranja desde la cárcel de mediana seguridad donde está recluido en Georgia (Estados Unidos) habló. «En su mayoría, quienes participamos en la lucha armada político militar fuimos, antes que nada, víctimas», dijo el hombre que otrora respondiera al alias de Santander Lozada, como si la condición de ‘víctima’ le concediera salomónicamente el título de “buen” victimario.

Quien se muestra en sus inicios paramilitares como una especie de ‘boy scout’ que servía como guía indefenso del Estado para dar con los maleantes de la guerrilla que lo extorsionaban, según cuenta, empezó a militar con una escopeta que usaba para matar gavilanes que en Córdoba son llamados chiné y que les picotean el ombligo a los terneros recién nacidos ocasionándoles gusanera. Algo así terminó siendo Mancuso para la nación colombiana, un avezado gavilán que con sus órdenes picoteó la vida de un sinfín de familias.

Según las verdaderas víctimas de la historia, es necesaria la verdad para la no repetición. En el reconocimiento de la responsabilidad que cada actor del conflicto tiene está el camino hacia un mañana mejor, donde no haya que temer por estar, por ser, por expresar, ni por escribir un texto como este, que quizás en otro tiempo me habría costado la vida.

@cataredacta