
Esa penosa enfermedad
A través del testimonio de personas cercanas que con amor por la vida le han arrebatado el poder al 'monstruo', también me he dado cuenta de que el cáncer no es la muerte.
Todos hemos tenido cáncer. En cuerpo propio, o a través de la dificultad compartida con un ser amado, hemos padecido lo que representa el miedo que inicia con el diagnóstico de esa enfermedad que se caracteriza por el desarrollo de células anormales e intrépidas que se dividen desaforadamente con la capacidad de colarse en nuestras fibras hasta destruir el tejido corporal y, con él, la vida entera. Eso es devastador. Pero prefiero pensar que el cáncer no es el final, sino el principio.
Recuerdo que cuando era niña escuchaba a los mayores hablar sobre una “penosa” enfermedad… como es de suponer, no entendía bien a qué se referían. La primera imagen que se formaba en mi cabeza era la de una persona que sentía pena, vergüenza, por estar enferma, por llevar consigo a cuestas esa condición de salud de la que ─me cuestionaba─ seguramente no era culpable. ¿Quién quiere tener cáncer o morir por culpa de ese huésped desalmado?
Siendo adulta, me he dado cuenta de que, en efecto, a algunas personas con cáncer se les recrimina (al menos en silencio) por aquello que hicieron o dejaron de hacer que los llevó a alojar células cancerosas en su cuerpo. A través del testimonio de personas cercanas que con amor por la vida le han arrebatado el poder al monstruo, también me he dado cuenta de que el cáncer no es la muerte. ¿Cuántas personas se han salvado? ¿Cuántas viven para contar su historia? Después del cáncer, o aún con él, ¿cuántas son más fuertes hoy que ayer?
La que se pondera como la segunda causa principal de muerte en el mundo es un reto mayor para las ciencias de la salud, que ayer conmemoraron el Día Mundial contra el Cáncer. Y es el desafío más grande al que ha de enfrentarse cualquier persona que tenga esa penosa enfermedad. Muy mal llamada de tal modo. Porque el tener o presentar una condición médica por crónica o crítica que sea no debe ser motivo de pena, ni en la acepción que hace referencia a «un sentimiento grande de tristeza», ni mucho menos en la que indica «turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante».
El cáncer debería entenderse como una valerosa enfermedad. Y no por lo que es esa condición en sí misma, sino por la valentía que quien la albergue ha de tener para no dejarse vejar.
@catalinarojano
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