Noticias como la del joven de 18 años que el domingo pasado se lanzó al vacío desde el cuarto piso de un centro comercial en Barranquilla, o la del vigilante de 43 que al día siguiente tomó su arma de dotación y se disparó en la universidad de Montería en la que laboraba y en la que se había titulado como abogado hacen pensar que el dicho que reza “caras vemos, corazones no sabemos” no solo es acertado, sino también aterrador. ¿Qué hay detrás de un suicidio?, nos preguntamos cada vez que alguien decide irse para siempre, emprender por cuenta propia el tan temido viaje sin retorno. La respuesta nunca llega completa, quizás porque la relación entre la vida y la muerte es más cercana de lo que alcanzamos a imaginar.

Son ocho las personas que en promedio se suicidan al día en Colombia, una cifra que debería alarmarnos lo suficiente como para tomar consciencia sobre lo que hay en común entre la salud mental y el suicidio como acción orientada a resolver el que parece ser un gran problema. ¿Por qué lo hacen? ¿Desean vengarse de alguien? ¿Buscan reafirmar su existencia a través de su irreparable ausencia? ¿Quieren huir de una realidad que como dardo punzante los martiriza? ¿O intentan decirnos algo después de un largo silencio que se extiende hasta el infinito?

Pese a que supone una dificultad enorme el quitarse la vida, el suicidio termina siendo, injustamente, una de las formas más indignas de morir. Detrás de todo acto suicida crecen innumerables juicios. Tal como hoy, en la Edad Media los suicidas eran rechazados por la ‘vergüenza’ que representaban. La ley medieval ordenaba confiscar todas las propiedades de los suicidas, a quienes se les negaba ser enterrados en un cementerio, siendo humillados aún después de su muerte, ¡como si los vivos tuviéramos la potestad de enjuiciar a los muertos!

Aunque existe un claro vínculo entre el suicidio y los trastornos mentales, según la OMS, muchos optan por acabar con su vida impulsivamente, movidos por situaciones de crisis que merman su capacidad para hacerle frente a tensiones de la vida como problemas económicos, rupturas, enfermedades, entre otras. A ello se suma el tener que afrontar conflictos, catástrofes, actos violentos, abusos, la pérdida de seres queridos, o la vulnerabilidad y discriminación que implica el ser “diferente”.

En la tarde del pasado lunes, Ever Galeano Mendoza apuntó un arma contra su cabeza y se pegó un disparo. Quien prestara sus servicios de vigilancia por 17 años continuos en la misma universidad donde se graduó con honores en Derecho dejó una estela de desconcierto en todos los que le conocieron. Al parecer, las deudas inundaron la mente de este hombre de sonrisa tranquila y actitud amable, hasta llevarlo a evidenciar su angustia a través de la más irreversible decisión.

Lejos de la estigmatización, que tanto daño hace a la humanidad, hay que abordar el suicidio con sensibilidad, sin reducir el deseo de morir a un tabú. Si queremos entender la muerte, es preciso ver la vida. «Vine a este mundo con ojos y me voy sin ellos», dijo Lorca. Sin más, todo aquel que tenga oídos, que escuche; todo aquel que tenga ojos, que vea.

@cataredacta