Hablar y escribir, dos maneras de comunicar, dos canales para hacer gala de la naturaleza humana que nos define como seres sociales que desde tiempos inmemoriales se han agrupado en comunidades y han constituido ciudades, países, continentes; seres que han creado todo tipo de bienes, como el dinero, más intangible que cualquier otra cosa, por el que tantos matan y mueren a diario. El idioma es asimismo una creación que se transforma al ritmo de nuestra cotidianidad. A cientos de años del siglo VIII, cuando en la península ibérica se gestaba la que hoy llamamos lengua española, nos enfrentamos a la disyuntiva constante de si, además del ‘qué’, importa o no la forma como nos expresamos.

Hablar y escribir bien es cuestión de estilo. El Diccionario de la lengua española define el ‘estilo’ como «manera de escribir o de hablar»; en ese sentido, cada persona aporta al idioma tanto como este aporta e incide en la comunicación de todos. Tal como Darwin habla en sus teorías sobre el inicio de la vida y la evolución de las especies, podemos pensar el español como una herramienta lingüística que ha mutado con el tiempo, con las geografías y con las culturas, esas que tomaron forma en torno al idioma en que F. García Lorca, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Santa Teresa de Jesús y tantísimos otros genios de pluma mágica escribieron obras inmortales.

En palabras del filólogo y lingüista español Amado Alonso: «Una lengua ha sido lo que sus hablantes hicieron de ella, es lo que están haciendo, será lo que hagan de ella». Y eso mismo es el español o castellano. Cada vez que expresamos algo en este idioma empleado por cientos de millones de hablantes, reafirmamos o negamos su existencia; aplaudimos o abucheamos sus formas; andamos o desestimamos sus caminos, que son sus modos, sus normas, sus fundamentos.

¿A quién le importa cómo se debe o no hablar? He aquí la pregunta que también aparece en forma de afirmación cuando muchos al ser advertidos de algún error de ortografía, de gramática o de dicción responden algo así como: “Lo importante es que se entiende”. ¡Cuidado! Porque más allá del ‘qué’, el ‘cómo’ también pesa. La mayoría de los problemas de comunicación tienen su punto de partida en la forma como expresamos lo que pensamos o sentimos. Parafraseando un dicho común… dime cómo hablas y te diré quién eres.

Con las nuevas tecnologías, las redes sociales y todos los artilugios del mundo globalizado el español se sigue modificando, llegan nuevos términos, algunos de los antiguos tienden a desaparecer, y otros que aún no se terminan de formar empiezan a buscar su espacio en el Diccionario de la lengua española, que en 2020 incorporó en su versión digital más de dos mil novedades.

En su ‘Arte poética’, bien lo expuso Horacio: «Como el bosque muda de follaje al declinar el año y caen las hojas más viejas, de la misma manera perece la generación antigua de palabras y, al modo de los jóvenes, florecen y tienen brío las nacidas hace poco […]. Rebrotarán muchas palabras que ya habían caído y caerán las que ahora están de moda». Palabras más, palabras menos, la lengua es de todos porque la hacemos todos.

@cataredacta