¿Alguna vez has corregido a alguien por cometer faltas orales o escritas? De seguro que sí. En caso de que no, lo más probable es que seas tú quien ha recibido objeciones de los que creen saber al derecho y al revés las reglas ortográficas y gramaticales del español. Es curioso. Son muchos los que juegan a ser jueces del lenguaje sin advertirse a sí mismos que desconocen las disposiciones de la Real Academia Española y las más recientes actualizaciones del español, la segunda lengua nativa más hablada del mundo. No sé si lo hacen por ego, por necedad o por simple ignorancia; pero si van a señalar errores en los demás, primero detecten y enmienden sus propias fallas.
El éxito rotundo que han tenido las redes sociales en el mundo ha hecho que todo el que piensa hable, aun cuando no todo el que habla piensa. Es eso lo que reflejan quienes buscando exponer descarnadamente las faltas ortográficas en los comentarios de otros, dejan ver sus propias carencias lingüísticas o léxicas. Hacen uso inadecuado de la tilde; no emplean apropiadamente los signos de puntuación; usan la mayúscula sostenida para darle fuerza a sus mensajes, como si ello fuera correcto; olvidan o ignoran que en español los signos de exclamación y de interrogación no solo se cierran, sino también se abren… La lista de omisiones es larga, como es largo el camino hacia la comprensión de que en las debilidades de los otros no necesariamente están nuestras fortalezas.
Lo importante de toda corrección, más allá de sí misma, es el sentido con que se hace. Carece de total relevancia pensar en quién sabe más o quién sabe menos, si todos tenemos la misma capacidad de entender. Nuestro aprendizaje tal vez depende de qué tan cerca estamos de alternativas de estudio, o de la realidad que golpea a la mayoría, pero que solo unos pocos observan o analizan. En palabras de García Lorca: «Muchas veces un pueblo duerme como el agua de un estanque un día sin viento, y un libro o unos libros pueden estremecerlo e inquietarlo».
Tal vez esto no sea un libro, es solo una columna de opinión. Sin embargo, dejo aquí algunos consejos de redacción: los cargos o títulos (gerente, presidente, ministra, papa, directora, etc.), por ser nombres comunes, se escriben en minúscula; decir ‘de que’ no siempre es un error (Me di cuenta de que llegaste), omitir la preposición ‘de’ ante ‘que’ en muchos casos sí que puede serlo; los puntos suspensivos siempre son tres… ni más ni menos que eso; la palabra ‘fe’, aunque se pronuncie con mucha convicción, no se tilda por ser un monosílabo tónico sin correlato átono (al igual que dio, fin, ti, vio, fui, da…); por lo general, no se escribe coma entre sujeto y verbo (Dios es fiel, no Dios, es fiel), por último, el adverbio ‘solo’ siempre se escribe solo, es decir, sin tilde (al igual que este, ese y aquel).
Al tiempo que hablamos y escribimos, seguimos aprendiendo. Bien o mal, de eso se trata la vida, de buscar y encontrar en los infinitos lugares del mundo formas fijas, cambiantes e inexploradas de comunicar. Reconozcamos hoy que, al igual que ayer, no sabemos del todo ni hablar ni escribir. Quizás esa sea la clave para expresarnos mejor.
@cataredacta