Si hay algo muy peligroso es un ignorante con poder que actúa en el anonimato de esas colectividades donde confluyen seres humanos de toda índole o ralea, convicción o condición, con intereses comunes y atributos semejantes. Por designio de los dioses a los nativos caribeños nos motiva más la urgencia de agruparnos en torno a la lujuria y el placer, de ahí que, el reciente carnaval fue el feliz resultado de saber gozar en grupo. De juntarse para lo bueno. Qué importa si la hermandad es pasajera, o si tiene como fin la necia figuración social; al fin de cuentas, es mejor relacionarse pensando en entretenciones o en simples banalidades, que confabularse para hacer daño o delinquir.
La humanidad ha visto actuar a los grupos extremistas que quieren aniquilar todo aquello en lo que ven una amenaza. Se trate de chulavitas o cachiporros, comunistas o fascistas, a ese afán de aniquilar lo justifica la idea de acabar con un mal que está infestando a la sociedad. Ahora bien, si frente a las agresiones de aquellos que nadie sabe a ciencia cierta quienes son, el Estado es pusilánime y propicia la impunidad, la cosa está mal; pero se pone peor cuando es el Estado mismo el que los patrocina veladamente. En Colombia, en la guerra declarada contra las Farc, el papel de las fuerzas militares –en lo que respecta al entrenamiento y suministro de armamento a los grupos de civiles que surgieron en algún momento para protegerse de la guerrilla– fue un factor determinante para el fortalecimiento de escuadrones contrainsurgentes. Sin duda la decisión del Estado de fomentar la intervención de civiles en el conflicto fue una fatal equivocación. Sin embargo, se ha tratado de implantar en el país repetidamente. A los grupos sanguinarios que aparecieron en tiempos de La Violencia, se les sumaron, años después, las Convivir (civiles armados amparados en la legalidad) que, respaldadas por el entonces gobernador de Antioquia, acabaron prefigurando lo que serían las huestes paramilitares. La idea de la represión se consolidó, y en el año 2010, siendo Uribe presidente, planteó que los estudiantes de Medellín, mediante el arte de “sapear” y a cambio de un pago mensual de $100.000, entraran a formar parte de un programa de informantes del Ejército para combatir la delincuencia. Por otra parte, no deja de sorprender que hace pocos días un representante del CD propusiera que en manos del director de la Policía Nacional esté la creación de “Grupos Especiales”, efectivos que vestidos de civiles comiencen, supuestamente, a ocuparse de la seguridad ciudadana.
Se habla mucho últimamente de la represión en Venezuela. Del accionar de Los Colectivos, civiles armados que forman grupos de amenazantes motorizados encapuchados, según se dice, una unión “cívico-militar” que apoya al oficialismo. Y, claro, frente a ciertas semejanzas uno no puede dejar de avergonzarse de la incoherencia del actual gobierno colombiano.
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