Corría el año 1980 cuando la Universidad del Valle le otorgó el doctorado Honoris Causa al filósofo antioqueño –cuya lucidez admiro profundamente– Estanislao Zuleta. En esa ocasión Zuleta hizo lectura del memorable ensayo Elogio de la dificultad, en el que exhorta a “conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha” y a “valorar positivamente el respeto y la diferencia”. Eso implica hacer un esfuerzo por actuar con coraje y autonomía considerando ideales propios, en lugar de someterse dócilmente al discurso de adalides autoproclamados, o designados como tal en razón de la ceguera imperante en la sociedad.

A raíz del acto terrorista cometido en la Escuela de Cadetes de Policía General Santander, reapareció uno de los síntomas colombianos por excelencia: la reivindicación de ese amo al que, por comodidad, y en un acto tan falaz como dañino, se entrega la potestad para establecer, como dijera Zuleta, “el ideal tonto de la seguridad garantizada, de las reconciliaciones totales, de las soluciones definitivas”. En otras palabras, aquel que nos garantice un mundo de ficticia estabilidad, que en nuestro caso corresponde al conformismo en el que hemos permanecido durante décadas. Deseamos mal, dice Zuleta. “En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor y, por lo tanto, en última instancia un retorno al huevo. En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala cuna de abundancia pasivamente recibida. En lugar de desear una filosofía llena de incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente sí han existido”.

Lo sucedido con el Eln reafirma la validez del proceso adelantado con las Farc, y, si bien a la luz del derecho humanitario lo del Eln es un hecho totalmente censurable, tendríamos que estar conscientes de que ese acto miserable que reclama legalidad en el marco del derecho de la guerra, probablemente sea la herramienta utilizada tras el rompimiento de las negociaciones. De manera que, de cara al nuevo escenario el país oficialista tendrá que ser cuidadoso, porque las soluciones definitivas, esa idea de someter a la guerrilla por la fuerza, sigue siendo mero delirio. “El atractivo terrible que poseen las formaciones colectivas que se embriagan con la promesa de una comunidad humana no problemática, basada en una palabra infalible, consiste en que suprimen la indecisión y la duda, la necesidad de pensar por sí mismo” dice Zuleta. Convendría a muchos colombianos echarle una miradita al Elogio de la dificultad.

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