Lo dicen en las esquinas, en los chats de amigos, en los grupos de vecinos: el plomo está bajito. Y no es un decir. Estamos en una temporada tenebrosa, que se está volviendo paisaje común. Y eso es lo más preocupante.

El repudiable asesinato en su propia casa de los esposos Roberto Vásquez y Porfiria Escorcia, de 88 y 80 años respectivamente, es inaudito. Dos abuelos, dos vidas dedicadas a la salud, acabaron con sus vidas con sevicia inhumana. Y no es un caso aislado, parece ser parte de un ecosistema violento que abunda en nuestro entorno.

Ya no hay esquina tranquila. El que atraca no duda en jalar el gatillo. Los estaderos se volvieron trincheras, y lo peor: hay familias que terminan matándose entre ellas en plena celebración. Estamos en un momento donde cualquier diferencia, por mínima que sea, se resuelve a plomo.

Las bandas criminales tienen la ciudad repartida. Los comerciantes pagan vacunas para poder trabajar. Los que no pagan, cierran. Y los jóvenes, sin alternativas, terminan atrapados en ese ciclo de miedo. La violencia dejó de escandalizar. Se volvió paisaje.

Y en el país, la política ya no se discute: se dispara. Las redes son una plomacera diaria. Se insultan, se acusan, se anulan. Y ese odio digital se volvió bala: el intento de asesinato de Miguel Uribe lo confirma. El sicario tenía 14 años. Catorce. Disparó en plena calle, como si fuera normal. ¿Hasta dónde hemos llegado?

Y lo peor: en lugar de un mensaje de reflexión, algunos candidatos salen a decir “que se jodan los derechos humanos”. ¿Cómo así? ¿A quién se refieren cuando dicen “que se jodan”? Humanos somos todos. No hay causa que justifique el abandono de lo básico: la vida, la empatía, el respeto.

No se trata de izquierdas o derechas. De Petristas o Uribistas, de decir el disparate más sonoro para ganar likes en redes sociales. Se trata de sentido común. De humanidad. Colombia necesita, con urgencia, un liderazgo que nos hable con la verdad, que obre desde la sensatez, que no alimente más odio, que nos ayude a entender lo grave del momento que estamos viviendo para poder pararlo.

Porque si seguimos así, ¿a dónde vamos a parar? ¿Qué más tiene que pasar para que entendamos que más violencia solo trae más dolor?

Bajémosle al lenguaje. Recuperemos la decencia. Que el plomo deje de ser la forma de decir y de vivir. Necesitamos palabras que calmen, no que incendien. Necesitamos líderes que eleven el discurso, no que lo arrastren.

Pensemos antes de escribir, de hablar, de escupir odio. Porque sino, con plomo sobre plomo nos hundiremos todos.

@eortegadelrio