La ciudad fue violada. La violencia ya no es un fantasma, es una presencia contundente en un lugar del planeta donde la gente aún cree la ficción de vivir en un “vividero”. Como si no fuéramos parte del país llamado Colombia o el planeta llamado terrorismo.
Porque el terrorismo es lo más fácil de llevarse a cabo y por cualquier cobarde que solo debe averiguar cuáles son los objetivos fáciles (soft targets) o blancos suaves, desprevenidos.
En nuestro terrible y cercano caso de la semana pasada, una formación de policías al inicio del día fue blanco de la cobardía. Igualmente, otro ataque en la vecina localidad de Soledad y en Santa Rosa, Bolívar. Esto lo hacen unos días antes de carnavales, para decirnos, ¿qué? Tal vez, ¿algo que no sepamos?
Como, por ejemplo, ¿que aman asesinar al pueblo que dicen defender? Cuando ya nadie se cree esos cuentos, cuando estamos en un difícil proceso de pacificación, entonces nos invitan a creer que, ¿qué? No logro entenderlo. Creo que nadie puede.
El Carnaval, como muy bien se sabe, se baila, se escenifica la lucha entre la muerte y la vida. Queremos creer que gana la vida, pero la muerte, al final nos lleva, a todos, sin excepción. La muerte nos iguala. Pero a esa igualdad que supuestamente busca un grupo guerrillero, solo se llega por medio de la vida, aunque nos quieran enrostrar la muerte, a la fuerza, sin piedad.
Ahora salen a declarar que lo sienten y que entienden el dolor de las familias, pero que entendamos entonces el dolor de ellos también. ¿Cuál es la locura que lleva a matar solo para que otros muertos duelan en medio de una cadena sin fin?
Entonces una ciudad entera, con el corazón destrozado, ha de bailar para mostrar, a pesar del miedo que la corroe, que no puede parar. Y, una semana antes de la gran fiesta, su preámbulo más importante, La Guacherna, sucede en medio del terror.
En EL HERALDO, preparándonos para el desfile en honor a Esthercita Forero, el 2 de febrero, 2018, leemos:
Más de 1.000 policías custodiarán el evento, se dispondrá de 365 personas de servicio logístico, 210 socorristas, 10 ambulancias y una máquina del Cuerpo de Bomberos…. A través de la Resolución No. 0033, la Secretaría Distrital de Salud decretó la alerta amarilla para la Guacherna y desfiles culturales del fin de semana. También contemplan un plan de contingencia en toda la red hospitalaria pública y privada.”
Efectivamente, la Guacherna no sufrió ataque cobarde. Se helaba la sangre al ver la comparsa de la Policía de luto y los aplausos no se hicieron esperar. Esos muertos eran del pueblo, a pesar de que eran policías del Estado.
Porque el estado somos todos y esos uniformados pagaron con sus vidas el horror que nos quieren hacer sentir en el vividero, en medio del hervidero, cuando Barranquilla entera sabe que el Carnaval no puede parar.
No puede parar por cuestiones económicas y por cuestiones de identidad. Sin el Carnaval ya la ciudad no se siente o entiende a sí misma.
El dolor se tapa para muchos, en medio del jolgorio. Pero quienes sufren sus muertos no perdonarán nunca a quienes pueden seguir bailando a pesar de todo. Y menos a los que en este país que lucha por la paz, sigan la cadena de la venganza.
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