Dionisio de Siracusa, rey perteneciente a la calaña de los tiranos, heredó de su padre gran parte de Sicilia, más no su destreza política. Su afición a las mujeres y las orgías afectó la economía del reino generando protestas que, como buen tirano, aplacó con crueldad. Esgrimiendo el error capital de su gestión: el absolutismo.

Damocles, adulador que vivía en su corte, lo envidiaba porque lo tenía todo y era feliz. Pidió ser rey por un día para gozar las delicias del poder y Dionisio aceptó. Disfrutó de lujos, mujeres hermosas y sirvientes, pero miró hacia arriba y notó que sobre el trono pendía una espada afilada, amarrada por un pelo de crin de caballo. La puso Dionisio, para que entendiera la amenaza bajo la que viven quienes tienen el poder. Damocles, aterrado, pidió dejar el prestado puesto pues no quería ser tan “afortunado”.​

La RAE define la espada de Damocles como la “amenaza persistente de un peligro”, así debería definirse una transición energética mal concebida. Usar el absolutismo para forzar la transición de combustibles fósiles a los de bajas emisiones, renovables, es ubicar la espada sobre la cabeza de los grupos más vulnerables, ya que para que aquella sea justa y legítima, debe neutralizar los impactos negativos sobre su bienestar y privilegiar la justicia social.

En energía no podemos concentrarnos en la viabilidad técnica de opciones, debemos verificar si funcionan económicamente, al proveer energía confiable (seguridad energética), asequible (equidad energética) y con sostenibilidad ambiental para habilitar la transición. Son los tres vértices del triángulo denominado trilema energético, que deben permanecer en equilibrio al satisfacer la demanda de energía. Los hogares que necesitan ser favorecidos han sido ubicados en el centro del triángulo, para visibilizarlos.

De transición se habla desde 1700; de la madera y otras biomasas al carbón, a fósiles líquidos, a gas natural y, ahora, a renovables. En nuestro país la madera y el carbón aún se usan en millones de hogares, por la pobreza energética multidimensional mencionada en columnas anteriores de la que hay que sacarlos. Para lograrlo, no debe promoverse el abandono desordenado de los combustibles fósiles, principalmente el gas natural, opción confiable, económica y la más limpia, clave para una transición justa.

Refutar la necesidad de la transición energética sería como negar la utilidad de la regla de tres, pero aclarando que para que funcione deben cumplirse premisas en la relación entre las variables utilizadas. La proporcionalidad, directa o inversa, tal vez la más relevante, no vale en muchos casos porque no todas las interrelaciones son matemáticas o siguen un patrón lineal. Se habla de la “Ilusión de Linealidad”, cuando se aplica la proporcionalidad en situaciones que no lo permiten. Igual sucede con la transición, debe haber una lógica y un ordenamiento claro entre todas las variables que inciden en la misma, para que sea legítima.

Máxime cuando el petróleo, el gas natural y el carbón abastecen al 84% de la energía que mueve al mundo y 97% del transporte mundial utiliza el primero a diario. Tras dos décadas y millonarias inversiones en energías verdes, ese porcentaje ha disminuido en menos de 2%. Para reemplazarlos en 20 años, la producción mundial de renovables debería multiplicarse por 90 mientras la producción de petróleo y gas incrementó 10 veces en medio siglo. Implica entonces una velocidad de adopción nueve veces más rápida en mitad del tiempo y la complejidad de las variables no permite aplicar la regla de tres.

Actuar bajo el absolutismo y la ilusión de linealidad sería forzar una transición energética espuria, situando a los grupos más vulnerables bajo la espada de Damocles.