Las guerras que vivimos reflejan que no aprendimos nada de la pandemia, los que esperábamos ser, y ver, mejores seres humanos después de esta, podemos concluir que no lo logramos.
Lo peor no es la guerra, si no la indiferencia con la que muchos miramos el desarrollo de las mismas. Hoy nos ocupamos del conflicto entre Hamás, no se puede generalizar al pueblo Palestino, e Israel; desatada esta vez por los ataques terroristas del primero a civiles del segundo.
El mundo opina, hay reuniones en la ONU, en veladas con amigos y familiares tomamos bandos a favor de unos u otros, pero lo triste de la situación es que ahora nos concentramos en este conflicto y nos olvidamos de otros que ocurren en el mundo. Por ejemplo, nadie habla ya de los violentos y despiadados ataques que desde febrero 24 de 2022 sufre Ucrania después de la invasión por parte de Rusia.
Ambos conflictos se pudieran catalogar como desbalanceados, en poderío económico y militar, y lo son sin duda, con diferencias, ya que la reacción israelí pudiera verse como una defensa ante la arremetida de Hamás; llamémoslo desproporcionada, injusta, exagerada, o como la quiera juzgar cada uno. Por su parte, el ataque a Ucrania se ha catalogado desde un principio como una “invasión” (ataque llevado a cabo por fuerzas externas) que ha causado la muerte de 9.000 civiles, de cientos de miles de soldados (incluyendo voluntarios colombianos) y la mayor crisis de refugiados en ese continente desde la cruel Segunda Guerra Mundial que causó más de 60 millones de muertes y tampoco enseñó la lección a la humanidad.
Recordemos que esa guerra, la Segunda, inició con la Invasión por parte de Hitler, me niego a decir que de Alemania, a Polonia, un país que como Ucrania, no había realizado ningún acto ofensivo ni representaba ningún riesgo para esa potencia. Ucrania tampoco lo era para Rusia, y en este caso hay también un personaje con ímpetus de tirano, como todos los que en la historia han aprovechado la debilidad de otros para lograr sus brutales y ambiciosos fines.
Putin, justificadamente calificado por muchos como el Hitler del siglo XXI, se saltó cualquier límite de la política manejada con racionalidad y con estratagemas (término indulgente) aplicadas internamente con crueldad, acabó con la ya históricamente débil democracia rusa, para luego avanzar con ímpetu de zar o, peor aún, con el ímpetu con que Stalin, el tristemente llamado tirano rojo, conseguiría, tras millones de condenados a trabajos forzados, de deportados y exiliados y de, lo peor, millones de ejecutados, obtener el poder absoluto de la URSS, ante la pasividad o la mirada desviada de otras potencias que se hacían a su vez al control de otros países.
Nos olvidamos de Ucrania, de sus muertos, de la férrea voluntad de su gente por la defensa de su país, del inigualable ejemplo de su presidente, líder que ha permanecido todo el tiempo luchando por y junto a su pueblo, de las horribles escenas de la invasión con tanques pisando como frágiles huevos a vehículos con civiles en su interior, de los bombardeos a escuelas, hospitales, barrios de gente como uno, como nosotros, y del exilio de millones de mujeres y niños mientras los hombres permanecen defendiendo su bandera con su vida, tras escasa capacitación en temas militares.
Sí, nos olvidamos de Ucrania y sus 37 millones de habitantes (antes de la cruel invasión) y a todos los que desviamos la mirada, la historia y nuestras conciencias nos pasarán la cuenta, como a todos aquellos que han negado o no han querido mirar el genocidio de otros pueblos.