Cuando muchos te ignoran, cuando otros te rechazan, y cuando otros no creen en lo que tú dices, siempre tendrás al lado la sonrisa de quien nunca te va a abandonar. Esa persona, a quien, aún sin darle nada, en la vida y en la eternidad. Es la misma que nos enseñó a amar al prójimo, por encima de los demás principios, la que, con su cariño, su alimentación y sus cuidados, nos fue dando las alas, que nos permitió después de un tiempo, valernos por si solos, e iniciar el destino que nos correspondió.

Nada es tan propio del genero animal como la madre, salida para completar y darle continuidad a un mundo que no acabamos de entender. Nos traen para la vida y buscamos la muerte, en los conflictos, en las luchas, en las peleas, y hasta en las propias discusiones, que al final son el principio del final de controversias. Que tan bueno sería, que cada uno de los participantes enfrentados, recordáramos que tenemos, después de la madre tierra, un origen físico sobrenatural, que, sin olvidar al creador, involucra los dos seres más fundamentales en nuestra vida, haciéndonos iguales en el momento de la creación. Nacemos iguales, y nos hacemos diferentes, porque el destino nos deja inicialmente al libre albedrío, para que luchemos por un lugar que nos permita subsistir.

Después de la salida del vientre materno, en donde los componentes genéticos, moleculares y celulares, para todos son similares, sin ser iguales, por las diferencias bioquímicas, fisiológicas, y celulares. Recorremos un destino en la parábola de la vida, que, sin justificación matemática, nos lleva a todos, bajo el influjo de las grandes sociedades, a perder lo que nuestras madres nos regalaron al principio de nuestra existencia.

El amor va perdiendo su brillo original, y se va cambiando por el rencor, la envidia y el odio. El amor maternal que acaba con cualquier duda o discusión, con el tiempo, se viene perdiendo para aquellos que no recuerdan que acabar con la vida de otras personas es ir contra los principios enseñados de quien nos la dio, haciéndonos perder la esencia de nuestra propia existencia. Arrasando con los bienes terrenales, perdiendo la solidaridad, la humildad, la modestia, y llevándonos a la prepotencia de un mundo, que para muchos parecen creer es inmortal.

Muchas cosas pueden ocurrir en casi un siglo de existencia de una madre, desde múltiples eventos o acontecimientos mundiales, personajes, o fenómenos ambientales, que al final terminan todos en las vivencias de una vida familiar, que conlleva a angustias, sufrimientos y alegrías. Recordar el tiempo que he compartido con mi madre, desde el origen de mi vida, es tratar de ir a tantos sucesos que han pasado y que aún a sus 98 años nos sigue acompañando. A pesar de los golpes recibidos, su sonrisa me dice, que sigue con paciencia los límites de su existencia, que aunque sabe que un día también se irá, valora siempre el presente, y sin titubear, protege lo que ella misma produjo, tratando todo el tiempo de enseñar que para las madres de los niños de Colombia y, del universo en general, el mundo es solo uno y lo tenemos que cuidar.

Si los principios de aquella madre que con su sonrisa nos enseñó a amar, se sobrepusieran a los demás, la historia de la humanidad sería diferente. La felicidad simple y sencilla, estaría a la vuelta de la esquina, en donde ya no habría criminales, ladrones, o hampones. La delincuencia se extinguiría muy rápido, el apoyo a los necesitados crecería todos los días, la solidaridad para con los necesitados se extendería grandemente en un mundo lleno hoy de guerras, crisis, violencia y contradicciones.

La solución está en nuestras manos, buscar y conservar, aún entre aquellos, que ya no la tienen, la sonrisa de una madre, la que nos puede sacar de un mundo lleno de inconsistencia, luchas y guerras, que no tienen cercanamente solución.

Gracias mamá por la sonrisa que me has dado, que después de 98 años, se conserva como la mayor enseñanza que he recibido en nuestro mundo animal, que por momentos pareciera haber perdido nuestro origen maternal.