El Liceo Celedón, colegio orgullo del Caribe, hizo su apertura en Santa Marta en 1906, con una matrícula de 23 alumnos, de los cuales 16 eran internos y 6 externos. En 1912, el Ministerio de Institución Pública le dio facultades al Liceo Celedón para conceder diplomas de bachiller en Filosofía y Letras, y ese mismo año se titularon sus primeros tres bachilleres. Su construcción se inició a comienzos del año 1913, bajo la dirección del arquitecto español Alfredo Bademes y Noll, de estilo republicano, representados en dos pisos y cuatro tramos organizados alrededor de un gran patio, la Paila, con corredores abiertos a su lado.

El 19 de julio de 2018 el Liceo Celedón reabrió sus puertas, después de su recuperación física y administrativa desde el 2015, gracias a las autoridades municipales, y también porque la edificación donde funciona esta institución fue declarada Monumento Nacional, en diciembre del año 1993, por lo que debe ser sitio histórico a recorrer por los turistas que visitan la primera ciudad fundada por los españoles en 1525.

En ningún momento he olvidado todas las enseñanzas y formación, que me dio el primer colegio público de mi época, y sus enseñanzas adquiridas como adolescente perduran en mi mente. En este colegio aprendí, gracias a las enseñanzas de buenos profesores, los principios que todavía me acompañan de respeto a los mayores, a las mujeres, a los niños, y al amor hacia nuestros semejantes, el respeto a las leyes, la honestidad, la modestia y, la humildad, conviviendo con más de un 90% de mis condiscípulos de una clase social con bajos recursos. Algunos, provenientes de diferentes municipios lejanos, no solamente de la Costa, sino de otras regiones. Con grandes dificultades en su hogar, en ocasiones, construidas por sus propios habitantes en barrios con grandes deficiencias en los servicios básicos, con recursos alimentarios deficientes, y limitaciones en la vestimenta, el calzado, y mucho menos, para conseguir la dotación escolar que sus padres, familiares y colaboradores, con grandes sacrificios luchaban por alcanzar. Al regresar del colegio, tenían algunos que trabajar, para ayudar al mismo sostenimiento de sus casas. La situación era tan crítica que algunas veces uno de los hermanos tenía que retirarse del colegio para ayudar en el hogar. Los más afortunados tenían a sus padres como trabajadores del Terminal marítimo, la mayoría en movimiento de carga como muelleros, o en fincas capataces u obreros en el resto de las pocas empresas existentes. Un gran número, se dedicaban al rebusque y, con un alto porcentaje de desocupados, a la espera de la ayuda de familiares y amigos. La situación empeoraba, si alguno de la familia presentaba problemas de salud, situación muy triste y deprimente, que trataban de solucionar en los hospitales públicos o de caridad, sin recursos para medicamentos, sueros y otros. Pero, de este fenómeno de pobreza y abandono, que conduce fácilmente a la delincuencia, salieron muchos héroes, que sacaron desde muy dentro lo que ahora llamamos resiliencia, saliendo de una descomunal pobreza a ser un importante número de ciudadanos que se sobrepusieron a las circunstancias adversas, continúan luchando por sus vidas y las de los demás. Un bajo porcentaje completaba el Bachillerato, y un número menor, lograba una profesión que los impulsaría a tener mejores condiciones de vida, tanto para el como para su familia. Esos fueron y han sido mis valerosos condiscípulos, a quienes siempre he admirado y me siento orgulloso, porque tuvieron esa capacidad y fortaleza para vencer sus dificultades, no rindiéndose a las condiciones inhumanas a las que los sometía la vida.

El próximo 26 de noviembre tendremos el honor y la alegría de reunirnos con algunos de esos héroes, quienes ya mayores, han logrado resistir los embates de la vida, gracias a la educación recibida en un colegio de donde han salido grandes personalidades.

La educación, como el principal pilar del progreso debe llegar a los más apartados rincones de la pobreza y el abandono, para de esa forma lograr disminuir los altos niveles de delincuencia actual, debidos en gran parte a las inequidades existentes. Llevar más niños y adolescentes a su máximo crecimiento educativo es una obligación de todos, con un impulso gubernamental que trabaje sobre el grave problema de una alta deserción escolar y, mayor de educación superior y universitaria.

Colegios como el Liceo Celedón, no podrán nunca ser olvidados, y por el contrario deberían alcanzar altos niveles tecnológicos de desarrollo, para mejorar la preparación de sus estudiantes, y de esta forma contribuir a un país, en donde la violencia inculta arrasa con lo demás. La educación nos dará las armas para acabar con la violencia y entrar definitivamente en el desarrollo de los países.