Pedimos disculpas a nuestros amables lectores por hacer hoy una alusión personal que no acostumbramos en nuestra columna. Hace varios años cuando ocupábamos una alta posición gubernamental en la ciudad sorpresivamente tuvimos con nuestros colaboradores que enfrentarnos a un acto de corrupción increíble. Para obtener resultados recibimos gran respaldo del DAS, la Policía e investigadores de la justicia.
Nos costó tiempo, esfuerzos y una inquisición hoy catalogada de lujo llegar después de varias semanas a descubrir los resultados, los culpables, el método de violar todos los artículos del código penal imaginados. La sofisticación de los involucrados que fueron para la cárcel era impresionante.
Hoy día, con el mayor descaro, con los más elementales y sencillos métodos de corrupción una entidad prioritaria del Estado y sus responsables gerenciales lograron hurtarle al gobierno mismo la compra fraudulenta de ochenta carros-tanques para transportar agua a la Guajira, ese territorio hermoso y noble, de gente sacrificada y sobre todo olvidada de todos los gobiernos nacionales en todas las épocas. Con una sencillez deplorable pero llena de astucia simple cometieron un acto vulgar hasta en la misma intimidad del proceso delictivo.
Es decir, no se detuvieron los ladrones en siquiera disimular o esconderse. Cayeron en la vulgaridad, en un cinismo impresionante, en una desfachatez prácticamente insólita.
No tuvieron siquiera el cuidado elemental de acudir a los concesionarios de tradición, sino que se inventaron un vendedor de cualquier cosa cuya sede era una casa desocupada e inhabitada. Y con ese cinismo propio de quienes juran estar amparados por la impunidad le arrancaron al gobierno sumas astronómicas para unos vehículos que ni siquiera pueden llegar a los territorios necesitados de agua porque se quedan enterrados en el lodo, por su propio peso.
Pero lo curioso o el epílogo inicial de este caso que tiene alarmada a la ciudadanía colombiana por la forma tan elemental y burde como se cometió el delito, es que no se ha escuchado de ninguna entidad o alto funcionario del gobierno nacional una protesta, una declaración condenando el acto vulgar, una condena o por lo menos la solicitud de ella rápidamente ante los hechos contundentes y visibles.
Nada de esto. Solo voces aisladas, bastante tímidas, débiles, que sugieren la denuncia penal y la intervención de los entes jurisdiccionales que ya comenzaron, afortunadamente, a actuar. A estos extremos hemos llegado en Colombia en donde un robo tan burdo y tan evidente casi ni siquiera produjo una actitud enérgica de condena e inicio de acción judicial. Estamos muy bien, vamos por buen camino y ya vamos llegando a la meta final: Impunidad reinante en todas las esferas.