Estamos viviendo en el país de forma contundente una serie de problemas mayúsculos que hacen de nuestra existencia como colombianos una auténtica tragedia. A diario los medios de comunicación reportan que tenemos crisis que se profundizan, no ceden, no desaparecen, pero parecen agravarse a diario. Los colombianos identificamos los siguientes gigantescos acontecimientos que nos están destruyendo: La pavorosa corrupción, la siembra de estupefacientes y el narcotráfico, la inseguridad galopante en todos los rincones, la guerrilla resucitada toda en contubernio con clanes mafiosos, la pobreza que se agranda y penetra ya el 42% de los hogares, el desempleo ligado estrechamente al ítem anterior y a la informalidad laboral, una justicia que no camina o camina torcida y ha creado desconfianza ciudadana.
Todos los candidatos a la Presidencia de la República y sus señalados para la Vicepresidencia van de ciudad en ciudad, de plaza pública en plaza pública, de medios de comunicación a otros iguales, todos a cada momento, en todo lugar, en cualquiera oportunidad, manifestando que combatirán estos males descritos en el párrafo anterior. Si nos ponemos, amables lectores, a detallarlos todos, dicen que van a combatir la corrupción, que acabarán con el narcotráfico, que volverá el país a tener seguridad, que exterminarán las guerrillas y la pobreza, y el desempleo, y el hambre, etc.
Es un discurso común, muy posiblemente repleto de buenas intenciones, de voluntad de trabajar, de obtener logros, de cumplir promesas. Como decía Rómulo Betancur, “lo más difícil de ser presidente es comprobar que no podemos cumplir con lo que prometimos como candidato”. Esta frase es lapidaria porque si lo analizamos detenidamente no hemos encontrado en ningún candidato actual de la política del país, ni uno solo, que haya podido expresar públicamente con respecto a estos males gigantescos descritos cuándo los va a corregir, dónde, cómo, de qué manera, con cuál método o decisiones trascendentales, con quién o quiénes emprenderán la formidable tarea de iniciar el exterminio de esas impactantes lacras que nos azotan como país.
Todo lo que les escuchamos son propuestas gaseosas. Todo lo que les oímos o leemos suena a falsete. Y es que no se trata de afirmar que están mintiendo, sino de ver con ojos bien abiertos que se enfrentan a unos imposibles. Si no, seamos sinceros y vamos a preguntarnos por qué desde quizás cien años atrás estos mismos problemas existían o comenzaban y por qué ninguno de los presidentes anteriores pudieron mejorarlos, extirparlos, ya que ellos también prometieron y juraron. No, lo que tenemos que hacer es como colombianos apoyarlos, porque no estamos en estas líneas descalificándolos sino intentando aterrizar en la parte práctica de la vida cotidiana nacional. Salirnos de los eufemismos, de las promesas falsas, de lo gaseoso de las frases vacías, del engaño.
Apoyarlos si quieren por lo menos progresar en un porcentaje de reformas y arreglos que necesitamos urgentes. Por ello una pregunta insidiosa en estos momentos: ¿Si podremos apoyar al nuevo presidente y su gobierno con el actual Congreso que acabamos de elegir? Porque esta tarea no es de un solo hombre, es de todo un equipo incluido Congreso y de 55 millones de personas.