Los columnistas de opinión tenemos por lo general la costumbre de enfocar nuestros comentarios desde el ángulo de la crítica. Se abusa de señalar defectos, enjuiciar actitudes, juzgar procedimientos y enfatizar en lo que todos los seres humanos caemos: mostrar nuestros defectos. Igualmente somos egoístas en reconocer méritos, en prejuzgar, en enfatizar virtudes, cualidades humanas al servicio de la sociedad, caracterizaciones que también todos los seres humanos poseemos porque al final en un cuadro diagnóstico psicológico somos una suma de virtudes y defectos, méritos y equivocaciones. Lo importante es reconocer errores, corregir, pedir disculpas, levantarnos, y por ende, si es necesario, ser prudentes en el elogio, comedidos en los reconocimientos y antes que nada justos, lógicos y equilibrados, Al fin y al cabo somos eso, orientadores de opinión o pretendemos serlo recogiendo el sentir y pensar de toda una colectividad o personas individuales. Nosotros hemos tratado siempre de guardar estos equilibrios porque nuestra educación y formación jurídica Javeriana siempre se impulsó a través de estos postulados.
Cuando hoy dedicamos estas líneas a Carla Celia lo hacemos porque como lo han expresado distinguidos columnistas anteriormente, lo merece en dosis gigantes. Su labor al frente del Carnaval de Barranquilla durante once años fue absolutamente exitosa, dedicada, luchada, no vamos a enumerar todos sus logros, ya lo hicieron con justicia otras plumas, pero si vamos a destacar la enjundia, el carácter, la decisión y si es el caso la terquedad positiva para sacar adelante lo que consiguió: posicionar al Carnaval en el lugar donde está. Completó con creces la labor magnífica de antecesoras suyas como Marcela, Chechi, la magnífica Mirella y otras que tejieron finamente el camino a lo largo de estos años.
Carla vivió, gozó, pero también sufrió el Carnaval. Dentro de su estirpe, de ese linaje familiar que heredó donde la generosidad y la altura es un distintivo, supo aguantar los embates de la materialidad de esos entronques que la vida siempre nos pone por delante, como el dinero, el costo, los valores y precios, los intereses productivos y el oxigenamiento de unas fiestas que se sienten hasta la última médula de nuestros huesos. Su labor con los hacedores del Carnaval, con la creación del museo para no hablar sino de un par de realidades, son sencillamente el ícono de identificación nacional hablando.
Siempre hemos recordado en tertulias cuando el Carnaval se pretendía manejar con criterio político donde metían las narices los súper poderes de la politiquería que todos conocimos y condenamos, porque fue una época funesta para la ciudad, pero el cambio jurídico, la formación de una nueva entidad y sobre todo la transformación de la orientación de las fiestas, el fortalecimiento del criterio de que era y es la fiesta del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, cambió todo el tinglado hasta llegar a los criterios justos, equitativos, lógicos. Carla fue siempre el gran arquitecto de esa fase final del escenario y la ciudad hoy agradecida le desea como nosotros sus amigos, que la admiramos y queremos, mejores vientos en el nuevo mar de su próspera vida.