El taxista en Bogotá hablaba por celular al momento en que me recogió. Aconsejaba a un amigo que había sido estafado por alguien que ambos conocían. “Todo el que se acerca a uno lo hace para ver por dónde puede hacer el daño –le oí decir–. Usted dio papaya, hermano: sabe que no puede confiar en nadie en este país. Fue el consejo más sabio que me dio mi abuelo cuando yo era niño. Mamá también lo repite: Hijo, usted no puede confiar ni siquiera en mí”.
Dos días después asistí en Valledupar a la charla del experto en negociación de conflictos John Paul Lederach, autor de La imaginación moral, libro en el que define este concepto como “Conversaciones entre personas y grupos diferentes en contextos polarizados, en función de buscar una estrategia en común para lograr transformaciones de largo aliento”.
El Cesar fue uno de los departamentos más golpeados por el conflicto armado, primero por la guerrilla y luego por el paramilitarismo. Hace un par de años se iniciaron aquí los diálogos improbables.
“La primera víctima del conflicto es la confianza”, inició Lederach su conferencia. Dijo luego que el punto de arranque más importante para un diálogo en un contexto polarizado es entender cómo, poco a poco, se recupera la confianza.
La polarización crea condiciones donde cada persona solo quiere creer en lo que dice otro que piensa exactamente igual a él. Se habla del “otro”, pero nunca del “nosotros”. Ni siquiera le interesa establecer contacto con alguien que no dice lo mismo que dice él. Cuando hay mucha polarización la gente no oye lo que dice alguien del otro grupo. No le interesa razonar aun sabiendo que es cierta la verdad que dice ese otro. No le importa lo que escucha, sino quién lo dice.
Lederach afirma que lograr esa confianza requiere nuevas formas de imaginación. Refiere entre ellas lo que él llama Imaginación de abuelo: “Después de muchos años, los abuelos que han padecido procesos duros logran entender que el bienestar de su nieto está íntimamente ligado al bienestar del nieto de su enemigo”. No hay forma de desligar el futuro compartido de uno y otro.
Lo que le preocupa es qué legado le va a dejar, en qué mundo vivirá ese nieto. Sabiendo que no estará vivo en ese momento, es curioso que el ser humano se preocupe más por construir sobre lo que destruye, en lugar de mejorar lo que ya encuentra. La guerra hoy para que los nietos puedan vivir en paz. ¿No es mejor pensar que, al igual que los nietos, nosotros también merecemos vivir en paz?
Vana ilusión: según una encuesta mundial adelantada en más de 70 países, mientras los chinos confían en el 65% de la gente que conoce y los nórdicos en el 75%, los colombianos solo confiamos en el 5%”. ¡El 5%! Lo peor es que no es asunto nuevo: Malicia indígena traduce “desconfiar”, así lo establece el décimo primer mandamiento del colombiano “No dar papaya”, que era lo que el joven taxista le recomendaba a su amigo.
Bien difícil el trabajo hoy de Colombia: ¿cómo confiar en alguien a quien no quiere oír? El discurso del odio complica aún más este propósito.
@sanchezbaute