Las imágenes estremecen por lo poderoso de lo que representan. Decenas de miles de personas en distintas ciudades de los Estados Unidos salen a la calle a protestar por un nuevo caso de abuso de autoridad en contra de la población negra. El “No puedo respirar” de George Floyd hace una semana es el mismo lamento que en 2017 Jhonnie Rush pronunciaba mientras unos policías lo tiraban al piso entre golpes y choques eléctricos por haber cruzado imprudentemente una calle. Y como esos, se pueden contar más casos de los que la razón pudiera procesar: Rubin Carter, el boxeador que pasó tras las rejas 19 años por un crimen ajeno; George Stinney, el niño de 14 años ejecutado en la silla eléctrica en 1944 condenado por unos asesinatos de los que fue absuelto en 2014; los jóvenes acusados y condenados injustamente en 1989 por el ataque a una mujer en Central Park; y ni qué decir del caso Rodney King. De todos estos se han escrito libros y filmado películas. Seguro quedan, y quedarán, muchos más sin fecha de estreno.
Si bien es cierto que las protestas se han levantado con fuerza desde hace décadas, y es imposible no recordar lo que pasó en Los Ángeles en 1991 con el caso King, en esta ocasión el incendio lo aviva el discurso supremacista, desafiante e intransigente de un Trump en campaña. Pareciera que la confrontación con quien sea y a cualquier precio es la estrategia decidida para mantenerse por 4 años más en la Casa Blanca: Que la China, que la OMS, que Venezuela, que las redes sociales, que las drogas (la vieja e inefable receta), que el terrorismo y, como no, la pandemia en la que nunca creyó. A los fantasmas externos le suma ahora los internos, representados en los gobernadores y alcaldes que prefieren el diálogo y la moderación antes que las tropas en las calles que pide a gritos y tuitazos el personaje de marras, ese que ocupa el cargo que alguna vez llamaron el del “líder del mundo libre”. El chiste se cuenta solo, y no da risa.
Difícil pronosticar lo que vaya a pasar. Si nos atenemos a la historia, no parece probable que el policía acusado de homicidio en el caso Floyd sea declarado culpable. Y sea cual sea el fallo, es una nueva grieta en la de por si maltrecha base de la América que se define en su himno como tierra de libres y hogar de valientes. Libres no llegaron los esclavos de África, como libres no siguieron siendo los pueblos aborígenes; y mucho menos son libres los que trabajan por horas para pagar hipotecas y préstamos eternos mientras les inoculan el virus del consumo desmedido. ¿Libertad? Vale recordar la frase final de la demoledora “Isla de las Flores”, el laureado cortometraje documental de Jorge Furtado: “Libertad es una palabra que el sueño humano alimenta. No hay nadie que la explique, y nadie que no la entienda”.
Esto no es una película. No va a aparecer un héroe con armadura. Ni allá ni acá. Los que deben aparecer son el sentido común, la empatía y, fundamental, la conciencia ciudadana al momento de elegir.
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@alfredosabbagh