Elevada está la temperatura en buena parte del mundo: Trump cree sostenerse a punta de tuits mientras avanza el proceso en su contra, la extrema derecha se multiplica en España por cuenta de la miopía de la izquierda, Lula sale de la cárcel para rabia de Bolsonaro, golpe de Estado a punta de “sugerencias” en Bolivia para renunciar a Evo, otra víctima más del ego que carcome al que ostenta el poder. Vuelve Cristina en Argentina, se incendia Chile con Piñera en fotos flanqueado por Generales que inefablemente rememoran aquel oscuro septiembre de 1973, México se está yendo de madre con el cartel de Sinaloa ejerciendo gobierno en sus territorios, y falta aún un largo etcétera. Por estos lares el descontento ciudadano y la desaprobación con picos históricos del andar del gobierno de Duque tienen a su partido y equipo de trabajo inventando cortinas de humo y esparciendo miedo; ambas cosas en franco retroceso ante un, ojalá, resurgir de la duda como derecho y el no tragar entero como postura. Ya veremos si esas flores son de un día o son primavera.
Varios son los puntos comunes. Lo primero es que, y sin distingo de ideologías, enemigo se vuelve el ego del buen juicio cuando el poder se ostenta. Creerse la fórmula mesiánica, el que la suya es la única manera de entender y hacer las cosas; y el exigir la entrega de la ciega confianza a la propia nublada visión es propio del autoritarismo. Y cuando éste, que tarde o temprano pasará, quede en evidencia, se derivará en inicial desencanto y un efecto rebote posterior que el poderoso no sabrá ni entender ni manejar. Aquí y allá a los servidores públicos se les olvidó que son precisamente eso, unos servidores, y que la mejor manera de ejercer ese servicio es con humildad y entereza; todo lo contrario a la soberbia con que niegan el debate, tuercen las leyes a su conveniencia y se inventan fórmulas manidas para eternizarse en el cargo, sea cual sea. Y como se anota al inicio del párrafo, esto ocurre por igual a derecha o izquierda del espectro. Cuando se le deja, el poder ciega, confunde y corrompe por igual.
Y ahí mismo viene el graduar al contradictor de enemigo, negando el disenso y el pensar distinto. Mas sabroso para el poderoso es rodearse del suave ritmo que produce el melifluo aplauso del estómago de turno, ese que se alimenta de lo que cae de su mesa. El poderoso cree mejor seguir adormecido en la brisa del halago que despierto y agitado por la percusión del que no toca el mismo son. Obtuso el poderoso que solo ve y escucha lo que quiere o le conviene en una realidad llena de sonidos y miradas distintas. Vive engañado en su utopía mientras alrededor suyo la distopía se reproduce. Y cuando eso pasa, como está pasando, debemos estar preparados todos para el cimbronazo.
El ejercicio del poder es efímero. Lo realmente poderoso es plantar una idea que trascienda al que la sembró. Una buena idea que sobreviva a los egos y al tiempo. Esa es la utopía.
asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh
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