La banda sonora
Con la venia de los gentiles lectores, opto por rendirle homenaje con estas líneas a la banda sonora del siglo XX, a una música que dejó de ser género para convertirse en un estilo de vida, testigo, memoria y vocero de cambios culturales y sociales trascendentes e indispensables para entender una parte importante de la historia del mundo.
Otra semana más en el mismo bucle de terror: Los sectores alternativos se sacan sangre a mordiscos mientras el oficialismo sonríe y suelta globos que ahora dan risa y luego quién sabe; acaban sesiones del legislativo sin mucho que mostrar aparte de los viáticos por “trabajar” (entre comillas, por supuesto) desde la casa; en Cali silencian con gris el vital color con que las paredes clamaban por justicia y por memoria; se anuncia una nueva cepa del Covid; y sigue sin aparecer el asteroide. Nada pasa distinto a lo que pasa, que no tiene nada de bueno. Están casi todos repitiendo que “ojo con el 22” y a este paso ni acabaremos el 21.
Con la venia de los gentiles lectores, opto por rendirle homenaje con estas líneas a la banda sonora del siglo XX, a una música que dejó de ser género para convertirse en un estilo de vida, testigo, memoria y vocero de cambios culturales y sociales trascendentes e indispensables para entender una parte importante de la historia del mundo. Hijo del blues, sobrino del góspel, nutrido por el country y el folk, capaz de aprender del jazz y sin miedo para romper barreras de raza, fruto de la modernidad que trajo consigo el desarrollo de instrumentos que funcionaran con electricidad; el rock and roll llegó y se quedó, porque todavía está, para rendirle homenaje a la libertad.
Como todo buen arte, el rock está en la historia, cuenta historias, y tiene su propia historia. Es menester reconocer el enorme aporte, entre otras, de mujeres como Big Mama Thorton, Sister Rosetta Tharpe y Erline Harris; todas “blueseras” y quienes desde la primera mitad del siglo pasado ya encandilaban con la siembra musical que poco después empezarían a cosechar, por citar algunos, Bill Haley, Joe Turner, Chuck Berry, Little Richards, Fats Domino, Jerry Lee Lewis y, por supuesto, el Rey Elvis Presley. Aquí ya vamos viendo cómo el rock se alimenta de las historias de dolor de los negros en América, del clamor del góspel, del aporte del folk que se remonta a Woody Guthrie y se consolida con el enorme Bob Dylan; sumado todo a los vientos huracanados que empezaban a azotar el mundo luego de la Guerra de Corea, antes y durante la de Vietnam, y con el movimiento por los derechos civiles y la contracultura norteamericana por explotar. De semejante mezcla no podía salir nada que no hiciera buen ruido…
A Barranquilla, puerto poblado por migraciones y supuestamente abierto al mundo, el rock llegó y, si bien no es masivo ni los roqueros somos mayoría, tiene su propia historia con precursores como Los Tornado, Hormiga, Mangle, o Colores del Tiempo; la ola ochentera con Kdillo, Bite, Markapasos, NN, el Rockódromo de Ed Jalube; el milenio con León Bruno, 69 nombres, Sicotrópico, Los de Adentro, Cielito; y más acá The Monas, Perro Sombra, Barbarosa, The Crankers y tantas más a las que pido disculpas por no nombrar en estas pocas líneas.
Tenemos que escribir esa historia. La banda sonora de muchas vidas lo amerita.
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