El Heraldo
Opinión

Incendio en el polvorín

Donald Trump se ha ocupado con lujo de detalles en dejar claro que es un peligro para la democracia y el mundo libre.

Fue noticia inmediata. Un circo dentro del circo. Con minutos de diferencia muchas de las más importantes cadenas de televisión en Estados Unidos sacaron del aire las declaraciones que el aún presidente Trump entregaba desde la Casa Blanca relacionadas, por supuesto, con los resultados que se iban conociendo de la jornada electoral. En su verborrea tradicional el atormentado mandatario repetía que los demócratas le estaban robando la elección con votos ilegales. Parecía la puesta en escena de sus hilos en Twitter. Y en ese momento, la señal pasa a estudio porque, y según lo anunciaron los conductores de las transmisiones en directo en ese momento, lo que Trump decía no estaba fundamentado o probado y no podían magnificar ese mensaje peligroso en un momento de total crispación. Inútil negar que lo que pasa en el norte es una fiesta con pirotecnia al lado de un polvorín, pero no deja de ser controversial la decisión de cortar a la fuente directa en vivo y en directo.

Enseguida se empezaron a conocer diversas opiniones. Las primeras, en caliente, hablaban de la valentía de los medios y de la necesidad de no darle más pantalla a un personaje tan, por decirlo de manera suave, particular. La antipatía que genera Trump, lo confieso, sobrepasó en principio mi capacidad de análisis. Con el paso de los días y revisando con cabeza fría lo que pasó, el asunto adquiere matices distintos. Me permito compartir algunos en procura humilde de contribuir con un sano debate:

En primer lugar, la misión de “contrapoder” del periodismo, sumada a lo que debe ser la inquebrantable voluntad por servir a la sociedad a partir de la divulgación de información veraz, responsable, equilibrada y basada en datos verificables, no incluye cortar a un presidente en ejercicio en directo, sino en refutar su discurso con, precisamente, los datos que el poder no puede presentar. Como bien lo anotaba el consagrado Martín Caparrós en una columna publicada el día siguiente al hecho, esas actitudes autoritarias de los medios terminan por favorecer la percepción de una buena parte de la ciudadanía de que una “élite” se atribuye el pensar por ellos. Valdría la pena preguntarse si no es peor que el público termine de perder la poca confianza que tiene en la prensa porque esta prefiere silenciar en vez de debatir.

Ahora bien, no estamos hablando de cualquier personaje. Donald Trump se ha ocupado con lujo de detalles en dejar claro que es un peligro para la democracia y el mundo libre. Ha mentido, estigmatizado, dividido, acusado, pataleado, divagado y provocado vergüenzas ajenas con las propias. Sus palabras son como fósforos encendidos en el mencionado polvorín. La inquietud sigue siendo, y lo será, si la mejor manera de evitar ese incendio era callando al personaje o refutando lo que dijo. Creo, y me sostengo, que es mejor lo segundo que lo primero.

Tuvo que ser una decisión difícil, sin duda. Por eso mismo y por lo que viene, vale la pena debatirla.

asf1904@yahoo.com

@alfredosabbagh

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