Llegamos a Palenque a media mañana. La sombra dura que proyectaba la estatua de Benkos sobre el piso de la plaza no dejaba dudas del sol que nos habría de acompañar en la jornada. La misión era doble antes de emprender el regreso: Recoger el tambor Pechiche y ofrecer una ofrenda musical a los maestros idos. Tomás, hijo de Graciela, sobrino de Paulino, nacido Batata e hijo de ese primer territorio de libres, nos iba guiando por las calles que no parecían haber cambiado mucho a los ojos de quien cuenta y que hacía muchos años no las recorría.

Estábamos allí como parte de Abalenga, un proyecto de investigación/creación liderado por el maestro Leonardo Donado, acompañado por otros profesores de Uninorte y un grupo maravilloso de músicos y bailarines. La intención de proyecto es combinar música y danza alrededor de los aires tradicionales del Caribe fusionados con el jazz, lo clásico y lo contemporáneo. La creación, eminentemente colectiva, explora la memoria, la familia, el llegar y el partir del mundo, la huella que dejamos y la trascendencia que anhelamos. En ese contexto, buscar el Pechiche, ese enorme tambor de dos metros de alto con que desde cientos de años atrás, dolorosos casi todos, los palenqueros y comunidades cercanas se han informado sobre peligros, nacimientos, fiestas y muertes; era un acto tan necesario como simbólico: Volver a la casa, a la matriz, a buscar lo que quede del cordón umbilical que conecte el pasado con el presente en momentos de incierto futuro.

Con el tambor en hombros recorrimos las cuadras que nos separaban del cementerio. Tomás, Leonardo, Einar y los hermanos Leo y Joan iban en silencio. Omar grababa y yo apuntaba el micrófono a donde el sonido lejano de pasos de gente o risas de niños me llamara. Convencido sigo que la magia del cine documental está en dejarte llevar por el viento de la realidad a donde ella quiera depositarte. Entramos al cementerio con el mayor cuidado y respeto posible a buscar las tumbas de Graciela, Paulino, Dolores y Rafael. Sobre la de la inolvidable Graciela, su hijo dejó caer unas gotas de ñeque mezcladas con una catarata de lágrimas. Los golpes de las manos curtidas de Tomás sobre el Pechiche llamaban a la madre y acariciaban a la vez su recuerdo. A los ancestros se les pidió la bendición.

A la hora del almuerzo en casa de Teresita, la hermana de Tomás, los 5 músicos empezaron a marcar un ritmo con los cubiertos sobre la mesa de madera mientras repetían un estribillo. Alguien lo grabó y de allí se gestó el arreglo final de una de las partes de la obra: “Malugumbe riocurana magulumbe…”. La sustancia estaba allí. La forma empezaba a aparecer.

Lo de Palenque fue apenas un capítulo. Abalenga significa “constelación”, y la anoche del martes esa constelación se estrenó de manera formal en el teatro Cajamag de Santa Marta. Que la bendición de los ancestros arrope la memoria y funja de protectora de lo creado. Que el brillo del arte del Caribe nos ilumine y nos arrulle como el sonido del Pechiche.

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@alfredosabbagh